Una mente materialista presume el gran sentido de la realidad para oponerse así a la supuesta irrealidad del mundo del espíritu. La realidad materialista no es más que un desfile de acontecimientos externos y actitudes internas sobre los que se puede influir relativamente poco, pues todo lo existente está sujeto en última instancia a las leyes inexplicables del azar y la necesidad, y la única forma de vivir correctamente en el mundo es aprovechando las buenas rachas de la casualidad o del destino, tan inciertos ambos como inevitables.
Todo, pues, es debido al azar y a las azarosas intervenciones de hombres de todo tipo en el conjunto humano a través de la Historia, sujeta a tantas mudanzas como estrellas en el cielo, sin que parezcan existir leyes que puedan explicar toda esa complejidad, ya que ni la razón, ni las leyes físicas aparentes, y mucho menos otras tan sujeta a mudanza como el comportamiento personal, las condiciones culturales, religiosas o hasta climáticas, bastan.
El Universo es fruto de una casualidad tan gigantesca como incompresible; las leyes físicas son una derivación de un conjunto infinito de posibilidades aleatorias que han concluido por organizarse de un modo determinado. Y eso por no hablar de las leyes del mercado, del galimatías ocultista de los medios de (in)comunicación, o del otro galimatías ocultista que constituye el mar de fondo controlado por el Poseidón de las Tinieblas (oculto siempre tras las marionetas a las que maneja públicamente) a cuyo amparo navegan los gobiernos de toda clase y condición.
Nada de lo que vemos a diario parece construido con lógica alguna suficiente como para explicar lo que acontece en el mundo, más allá de las simples apariencias sobre las que nos pasamos la vida discutiendo, especulando y enfrentándonos.
Para los partidarios de la Ley del Azar Universal, todo es imposible de predecir, y lo único que se puede hacer son especulaciones de dos tipos: mentales y financieras .Con las primeras se intenta aparentar algún tipo de fachada (cultural, científica, espiritual, estética, etc con fines interesados y normalmente egocéntricos); con las segundas, se intenta vivir de la energía ajena. En muchos coinciden las dos fachadas, pero detrás de ellas sólo se oculta el ego inferior, la codicia, la envidia y otras enfermedades del alma y de ese su instrumento de trabajo conocido como mente.
Precisamos, empero, una explicación que nos acerque a la vida para comprenderla lo más posible y en el más amplio sentido; pero no como fenómeno externo a estudiar por especialistas universitarios en Biología, sino como componente básico íntimo y activo en cada uno de nosotros y en relación en y con un Universo también vivo: no como fenómeno, sino como mar esencial de energía al que se dirige de continuo la energía de nuestros pensamientos, sentimientos, palabras y actos.
Todo ello configura las personales cualidades de nuestras conciencias individuales, a través de las cuales se manifiesta justamente la particular energía que el universo siempre nos devuelve en cantidad y en cualidad, pues lo que se emite es lo que se recibe. Esta es la ley de siembra y cosecha o de causa y efecto.
La filosofía materialista no ha conducido a los hombres mas que a un estado de desesperanza basado en la ignorancia de leyes, que posteriormente la física moderna (teoría de la relatividad, física cuántica) se encargarían de mostrar como obsoletas para construir el mundo del pensamiento y de la ciencia. O sea: para explicar el mundo real al que tan aficionados son los materialistas. Sin embargo, la concepción materialista constituye hoy día el pensamiento dominante del mundo, tanto del mundo que podríamos llamar “conservador” o “reaccionario” como el que podríamos calificar como “revolucionario”.