Atrás queda la leyenda. Lejos, reaparecen los recuerdos de la memoria gráfica, esos que el subconsciente aprisiona como con garfios de hierro.
Michael Jackson parece hablar desde una niñez con rostro de “triunfador”, bello, adornado de su melenita ondeada, la piel bronceada y una voz donada por los ángeles.
Luego, la transformación, cambian los cabellos, la nariz, la piel… la voz sigue siendo un privilegio. La mirada triste habla de traumas mal encausados, sin la terapia del perdón. Escándalos, polémicas, trifulcas, juicios, demandas… El niño rey ya es el adulto extraño que sólo mantiene virgen sus ojos. Pero, la voz, los movimientos únicos, impredecibles, armónicos, casi perfectos, estructuran cada vez más al ídolo del pop.
Nadie se resiste a dejar de mover los pies, el cuerpo, ante el rimo de su música.
Thriller le deja ganancias por más de 50 millones de dólares. Record Guinness le adjudica el título supremo del artista que más ha ganado en un año.
El salón de la Fama lo consagra en dos ocasiones. Sus donaciones a obras benéficas, esencialmente dedicadas a niños y niñas también ocupan los primeros espacios de la prensa internacional.
Luego, llegan las deudas y las quiebras que le obligan a renegociar su fortuna. Pero, otra vez su arte le salva, hasta donde puede salvaguardarse alguien que se ha convertido en leyenda y en una verdadera industria.
Aún así, Michael Jackson no parece feliz. Su mirada triste sigue siendo “una desconsolada mirada” aprisionada en un iris de candidez y ternura que alguna vez quiso aprehender la niñez perdida, escapada, quizás aliviada ahora en una muerte sorpresiva que de incógnito apagó sus cinco décadas de existencia, como dejando en el epílogo de una vida extraordinaria la nota de: “hasta siempre Michael…descansa”.