Dramática. Emotiva. Tensión pura abajo y arriba del ring. Y una noche para la historia en el boxeo mundial. De los pesados y de todas las categorías. El gigante Tyson Fury logró la victoria más trascendente de su carrera ante el boxeador que nadie podía vencer, al rival al que nadie podía aguantarle la mano pesada: Deontay Wilder. En el MGM de Las Vegas, el británico triunfó y le arrebató la corona mundial de los pesados del Consejo Mundial de Boxeo.
Fury sorprendió de entrada y ya en el tercer asalto derribó a Wilder. Lo volvió a tirar en el quinto. El ex campeón, hasta esta pelea invicto en 43 peleas, con 42 victorias y 41 KO, nunca se recuperó. Sangrando del oido izquierdo y abatido. Superado física y psicológicamente. Desconocido. Abrumado por Fury. Cada round pasó a ser un sufrimiento para el estadounidense, castigado a placer por su rival. Hasta que en el 7° round llegó el desenlace: desde el rincón de Wilder dijeron basta y el referí detuvo la pelea al 1m39s. Tyson Fury campeón mundial.
Las Vegas asistió a uno de los desquites más interesantes que el boxeo moderno puede ofrecer en estos tiempos. Wilder, de 34 años, 2,01 metros, perdió el invicto y la corona. Fury, de 31 años, 30 éxitos (21 KO) y una igualdad, de 2,06 mts. En la primera pelea, el 1° de diciembre de 2018, empataron en fallo dividido. Aquella vez, Wilder lo había derribado dos veces, pero no pudo noquearlo.
Fury es el personaje más controvertido del deporte británico del Siglo XXI. Simpático y maleducado a la vez. Preparado para declamar las barbaridades de peor gusto y conmover a los fanáticos narrando las vivencias miserables de su vida. Emergió de la colectividad gitana de Manchester y llegó al boxeo por legado de su tío. Ganó el título pesado (AMB-FIB-OMB) cuando pocos lo auguraban: destronando a Wladimir Klitschko, en Alemania, en 2015.
Tras aquella consagración sobre el ring, tomó el micrófono y cantó amorosamente para su esposa -presente en el ring side- pintando un momento inolvidable. Semanas después se sumergió en los peores vicios autoflagelándose, casi en modo terminal. Tiró los títulos a la basura y gritó a viva voz: “¡Que alguien me mate antes que lo haga yo por mi propia cuenta!”.