“Quieres ser rico? Pues no te afanes en aumentar
tus bienes, sino en disminuir la codicia”. Epicuro
Las almas más perversas poseen una noción del bien y saben distinguir la corrupción. Aunque quieran echarla al olvido, notamos, sabemos muy bien que tratan de disimular las malas acciones; si todo sale bien, se disfruta de los beneficios pero ocultando su origen.
Por lo contrario, la buena acción se alegra en manifestarse al exterior, en mostrarse. Lo malo teme hasta a la oscuridad.
Ocultar el acto de corrupción no sirve de nada al corrupto, pues aunque logre su objetivo, le falta confianza. Cometer un crimen y soslayar el castigo, no le permitirá tener paz interior y por tanto ninguna seguridad.
La gran pena del corrupto es haber cometido la corrupción. Ya sabemos que ningún acto doloso queda sin castigo, no importa que la posición que ocupe lo proteja, al final nada lo salvará, pues el pesar del acto es el mismo desacato.
Los corruptos se presentan con una pantalla, disimulando sus tormentos haciendo caso omiso a su conciencia, la cual es permanentemente torturada y prisionera de las angustias. La suerte favorable lo librará de la justicia, pero no del temor constante a ser descubierto.
¿Por qué este pesar? Sencillamente, ningún humano puede borrar lo que la propia naturaleza repudia.
El hombre paga el precio por el drama de su vida, pues no existe ninguna avaricia sin castigo. ¡Cuántos desvelos impone! El dinero se posee con mayor tormento que se obtiene.
Cuando la sociedad conoce el acto corrupción ya está aplicada la sanción. El coqueteo con el malhechor es que se le está tratando por lo que tiene, no por lo que es, esto nos indica que se ha perdido la dignidad.
La corrupción es un mal endémico que sangra al bien común, se enraíza todo lo malo y por tanto las buenas costumbres brillan por su ausencia, es un derrotero en el que las personas están por encima de la moral de las cosas.
Nuestra sociedad sufre un parto doloroso de dos gemelos: La corrupción y la impunidad, que están unidos por una voracidad humana sin precedentes; el deseo de poseer dinero de manera irracional va mas allá de lo lógico y de lo conveniente, careciendo de la más minima medida.
La inclinación excesiva, consuetudinaria de enriquecerse son causas interiores de la debilidad humana; la ansiedad crece siempre con mayor avidez pues no se piensa en lo que se tiene sino en lo que se quiere; el hombre se convierte en un constante necesitado y esta pobreza no le permite distinguir lo que es bueno o malo.
El excesivo deseo de tener más dinero deviene una incontrolable sinrazón. En sí es una pasión desordenada y una vez que esa imagen ha entrado en la imaginación del individuo, toma fuerza enseguida apoderándose de él en sucesivas oleadas, hasta que no piensa en otra cosa.
Las demás voces son obligadas a callar, la conciencia se oscurece y la voluntad se debilita cada vez más ¡Pobre hombre hambriento de lo innecesario!
Las cosas dependen de nosotros y acabamos dependiendo de ellas; perdemos libertad porque nos hace vivir pendientes de lo que poseemos y puede llegar a esclavizar.
Los que se engañan con el atractivo de bienes mal habidos son tontos de marca mayor. Jamás se debe poseer lo que en justicia no le corresponde, lo que no le ha costado un esfuerzo sano.
No existe la realización cuando se tiene lo que bien sabe, no le pertenece. Cayó en la trampa de la afición al dinero El corrupto vive con un ladrón dentro de sí.