Estoy venciendo el tiempo del aislamiento por el coronavirus de una manera realmente agradable. El silencio que tanto me agrada está latente al estar pasando páginas de algo leído, pues no he ido en búsqueda de libros, creo tengo más de lo que realmente los ojos me permiten vivir. Me río al recordar al trio llamado “come libro” Julio Méndez, Miguel Pou y el suscrito, época los años 1944-1948. Ahora soy un solo come libro. Mis queridos Julio y Miguel Pou están con Dios y en nuestro interior, éramos tres en uno.
Como aumentan los ricos y se suman más pobres, he abierto el Diccionario Bíblico de Urgencia (sobre léxico evangélico), y no me canso de escribir. Ahora copio Riqueza: La riqueza se consideró en el principio como un bien, incluso como un don de Dios, como premio a la virtud (sal 111,2-6; Dt 6,10-12) se advierte más tarde que la riqueza degeneraba fácilmente en soberbia y en insolencia (Ecl, 5-7). Termina por ser condenada, cuando es fuente de injusticia y de opresión, de orgullo y de soberbia (Prov 10-15; Sal 59,2) cuando atropella los derechos ajenos y excluye a los demás (l 5, 11-13; Jer 5, 27) se condena la aparición de los nuevos ricos a costa del proletariado oprimido (ls 5,8; 3,14-15).
El postulado fundamental de la alianza exigía que Israel fuera una sociedad justa y equilibrada en lo material y en lo espiritual. Los profetas condenan lo que hoy llamaríamos los grandes grupos de presión: comerciantes sin escrúpulos, prestamistas avaros, terratenientes sin piedad, ricos inmisericordes (Os 8,14; Am 2,6-8; 3,15; 5,11; 8,6; Ls 1,23; 3,16-24; 5,11-13; Jer 5,18; Miq 2,1-2; 3,11) No se condena la riqueza en si misma-que es buena y creada por Dios-; se condena el mal uso y la injusta distribución de la misma. Dios ha creado los bienes materiales para todos los hombres.
En el N.T hay muchos textos que ponen en relieve el peligro de la riqueza. En el relato del joven rico (Mt 19,16-2) MC 10,17-31; Lc 18,23-30), Jesucristo no condena la posesión de las riquezas, pero advierte que son una grave dificultad para entrar en el reino de los Cielos. Las malaventuranzas (Lc 6,24-26) condenan a los ricos que no tienen conciencia de la indigencia ajena, atenazado por las riquezas, son hombres inservibles ante los demás y olvidados de Dios, esta misma postura está condenada en la parábola del rico avaricioso (Lc 12,16-21). La parábola del rico Epulón y Lázaro el pobre (Lc 16, 19-31) contrapone el valor positivo de la pobreza y el negativo de la riqueza; se habla de la incompatibilidad entre Dios y el dinero convertido en ídolo (Lc 16-13).
Son tremenda las diatribas de Santiago contra los que se han enriquecido quebrantando toda justicia humana (Sant 2,5-7; 5,1-6) cuando la riqueza se convierte en el supremo valor del hombre, entorpece la entrada en el reino (Mt 13,22).
Jesucristo no se opone a los bienes terrenales no los condena como tales. Sabe que de ellos tenemos necesidad; acepta como un hecho, que haya ricos en este mundo; esto no significa ni una aprobación ni una condena de las diferencias sociales, con su ley de amor a Dios y al prójimos excluye que entre ricos y pobres haya hostilidad; atacó ciertas desigualdades demasiada estridentes, como en la parábolas citadas, pero jamás consideró como lo más deseable la ausencia total de bienes. He aquí el gesto que refiere San Pablo: “Jesucristo, siendo rico, se hizo pobre por amor nuestro” (2 cor 8,9) Robo-Ladrón.
Nuestro invitado de hoy, el filósofo Tales de Mileto: “Feliz la familia que sin poseer riqueza no sufre sin embargo la pobreza”.
Consérvense bueno. Una alegría, amor, aceptación, bendición y agradecimiento totales. Estas son las cinco actitudes de Dios. El autor es vicealmirante retirado de la Armada Dominicana.