Una franja importante de la población cuestiona el deterioro del país y la falta de respuesta del gobierno, pero otros, los perredeístas de las bases, están cansados y no soportan seguir observando, con impotencia las estúpidas e interminables luchas que a lo interno de la organización del jacho prendío libran grupos que solo se conforman con dirigir arriba aunque a bajo no cuenten con nade.
Desde esta tribuna decimos que los senadores, diputados y regidores del PRD dan vergüenza, porque no hacen oposición al gobierno y al Ayuntamiento, al contrario, su trabajo apunta a ponérsela cómoda al presidente Fernández y a Roberto Salcedo.
Con su actitud, los funcionarios electos por el voto popular le están vendiendo su alma al diablo, ya que se están dejando comprar con los dineros del gobierno y del ayuntamiento, aprobando y apoyando cosas de las que mañana podrían arrepentirse.
Sólo en la capital el PRD ha perdido cuatro veces, debido a su desconexión con las bases del partido y con la sociedad.
El PRD se revuelca en dos luchas, una desintonizada de la otra. Abajo, sin propuesta y sin programas, una caterva de aspirantes a cargos congresuales y municipales y arriba los grupos luchando por imponerse en la secretaria general.
Algún día la disciplina institucional habrá de enseñorearse en el partido más glorioso que ha producido la República Dominicana.
Un nuevo orden y un nuevo principio habrán de resplandecer en el firmamento perredeísta. Cada día se hace necesario forjar la conciencia en el seno del partido y crear un movimiento que le devuelva su mística opositora.
El PRD tiene que hacerle oposición fuerte al Partido de la Liberación Dominicana y al presidente Fernández, porque ningún boxeador difícilmente pierda si no recibe golpes en el rin y a Leonel lo que se le está dando es cariño.
Esta nueva etapa perredeísta ha de readecuar al partido, porque no se justifica que de los 60 vicepresidentes que tiene en su dirección, 58 sean de Santo Domingo y los restantes de Santiago de los Caballeros.
Como tampoco se explica que una persona, por el simple hecho de poseer un saco de dinero sea llevado a demarcación determinada a imponerse como diputado u otro puesto público.