Varios países del sudeste asiático están planteando dudas sobre la eficacia de las vacunas hechas en China. El gobierno de Biden ha ofrecido hace poco brindar alternativas “sin condiciones”.
Singapur. – Se suponía que la llegada de las vacunas chinas ayudaría a detener la propagación del coronavirus en el sudeste asiático. Pero más bien, los países de la región están buscando rápidamente abastecerse de vacunas en otros lugares.
Los habitantes de Tailandia que fueron vacunados con una dosis de Sinovac de China reciben ahora la vacuna de AstraZeneca entre tres y cuatro semanas después. En Indonesia, las autoridades están administrando la vacuna de Moderna como refuerzo a los trabajadores de la salud que habían recibido dos dosis de Sinovac.
El ministro de Salud de Malasia dijo que el país dejaría de utilizar Sinovac una vez que se agotase su suministro. Incluso Camboya, uno de los aliados más fuertes de China, ha empezado a utilizar AstraZeneca como refuerzo para sus trabajadores de primera línea que habían tomado las vacunas chinas.
Pocos lugares se han beneficiado tanto de la diplomacia de vacunas de China como el Sudeste Asiático, una región de más de 650 millones de habitantes que ha tenido dificultades para conseguir dosis de los fabricantes de medicamentos occidentales. Varios de estos países han registrado algunas de las cifras de mayor crecimiento de casos en el mundo, lo que resalta la desesperada necesidad de inoculaciones.
China, deseosa de crear buena voluntad, intervino prometiendo proporcionar más de 255 millones de dosis, según Bridge Consulting, una empresa de investigación con sede en Pekín.
Sin embargo, medio año después, la campaña ha perdido parte de su brillo. Funcionarios de varios países han planteado dudas sobre la eficacia de las vacunas chinas, especialmente contra la variante delta, que es más transmisible. Indonesia, que estuvo entre los primeros países en aceptar las vacunas chinas, fue recientemente el epicentro del virus. Otros se han quejado de las condiciones que acompañaban a las donaciones o ventas chinas.
El revés a la campaña de vacunas de China ha creado una apertura diplomática para Estados Unidos en un momento en que las relaciones entre ambos países son cada vez más tensas, en parte debido al coronavirus. China ha criticado la gestión estadounidense de la crisis incluso ha afirmado, sin pruebas, que la pandemia se originó en un laboratorio militar en Fort Detrick, Maryland, y no en Wuhan, donde se registraron los primeros casos a finales de 2019.
A medida que más países se distancian de las dosis chinas, la ayuda de Estados Unidos en materia de vacunas ofrece una oportunidad para restaurar las relaciones en una región que los funcionarios estadounidenses han ignorado en su mayoría en los años que China extendía su influencia.
El gobierno de Joe Biden ha enviado allá a una multitud de altos funcionarios, incluida la vicepresidenta Kamala Harris que se espera que el domingo llegue a una vista en Singapur y Vietnam. También, por fin, ha hecho sus propias promesas de proveer vacunas al sudeste de Asia, enfatizando que la contribución estadounidense de unos 20 millones de vacunas irá “sin condiciones”, una referencia implícita a China.
Varios países de la región están ansiosos por recibir las más efectivas dosis occidentales. Aunque siguen siendo superadas en número por las inyecciones chinas, representan una alternativa atractiva. La “ventaja inicial de China ya ha perdido su magia”, dijo Hoang Thi Ha, investigadora del centro de estudios de la ASEAN del Instituto ISEAS-Yusof Ishak de Singapur.
Durante la mayor parte del año pasado, muchos países en desarrollo del sudeste asiático no tuvieron tantas opciones en lo que respecta a las vacunas. Enfrentaron dificultades para adquirir dosis, muchas de las cuales eran fabricadas por naciones más ricas que han sido acusadas de acapararlas.
China trató de cubrir esas necesidades. El ministro de Relaciones Exteriores del país, Wang Yi, viajó por la región en enero, con la promesa de ayudar a combatir la pandemia. En abril, declaró que el sudeste asiático era una prioridad para Pekín. Alrededor de un tercio de los 33 millones de dosis que China ha distribuido gratuitamente en todo el mundo se enviaron a la región, según las cifras proporcionadas por Bridge Consulting.
Gran parte de la atención de Pekín se ha dirigido a los países más poblados, como Indonesia y Filipinas, y a sus antiguos aliados, como Camboya y Laos.
Indonesia fue el mayor cliente de China en la región, al comprar 125 millones de dosis de Sinovac. Filipinas obtuvo 25 millones de inyecciones de Sinovac después de que el presidente, Rodrigo Duterte, dijera que había recurrido a Xi Jinping, el máximo dirigente chino, para pedirle ayuda. Camboya recibió más de 2,2 millones de dosis de Sinopharm de China. Ha inoculado a aproximadamente el 41 por ciento de su población, alcanzando la segunda tasa de vacunación más alta de la región después de Singapur.
Luego, empezaron a surgir indicios de que las vacunas chinas no eran tan eficaces como se esperaba. Indonesia descubrió que el diez por ciento de sus trabajadores de la salud se habían infectado con covid hasta julio, a pesar de tener las dosis completas de la vacuna de Sinovac, según la Asociación de Hospitales de Indonesia.
En julio, un virólogo de la Universidad de Chulalongkorn, en Bangkok, afirmó que un estudio entre personas que habían recibido dos dosis de la vacuna de Sinovac mostraba que su nivel de anticuerpos, del 70 por ciento, era “apenas eficaz” contra la variante alfa, detectada por primera vez en Gran Bretaña, o contra la variante delta, detectada por primera vez en India.
Los gobiernos de Indonesia y Tailandia decidieron que debían cambiar a otras vacunas, como las suministradas por Estados Unidos, Reino Unido y Rusia.
“Ahora que tienen más opciones, pueden tomar otras decisiones”, dijo Nadège Rolland, investigadora principal del National Bureau of Asian Research en Washington. “No creo que esté motivado políticamente. Creo que es pragmático”.
Yaowares Wasuwat, una vendedora de fideos en la provincia tailandesa de Bangsaen Chonburi, dijo que esperaba obtener la vacuna de AstraZeneca para su segunda dosis después de ser inoculada con Sinovac, pero que aceptaría cualquiera que estuviera disponible.
“No tengo nada que perder”, dijo. “La economía está tan mal que estamos asfixiándonos. Es como morir en vida, así que tomemos la protección que podamos”.
Los primeros movimientos de China en la región contrastan con los de Estados Unidos, que tardó en prestar ayuda.
El cálculo ha cambiado ahora con el presidente Biden. Tanto Lloyd J. Austin III, el secretario de Defensa estadounidense, como Antony J. Blinken, el secretario de Estado, se reunieron con altos funcionarios del sudeste asiático en las últimas semanas. Señalaron las donaciones de unos 20 millones de inyecciones.-nytimes.com/es