Para el imaginario social todo proceso de reforma implica cambios en los entornos; ajustes estructurales que que sirven para reorientar ciertas actitudes y conductas hacia modelos que supone lo inedito; y eso crea incertidumbre.
En las sociedades como la nuestra existen desigualdades sociales, asincronias perversas con relación a el acceso a los bienes y servicios que genera el trabajo colectivo y un desordenado entramado de intereses que de forma permanente aprovechan cualquier accion para consolidar los privilegios que con asechanza y alevosía permean cualquier avance y progreso; siendo las cosas de esa manera, la convocatoria del presidente Luis Abinader es un escenario interesante para vertebrar con bríos inusitados un proceso de reformas que de respuestas a las aspiraciones acumuladas de diversos sectores para hacer de este país más habitable,
Sin embargo todo eso sería una retórica si una extensa y diversa gama de ciudadanos conscientes no se moviliza alrededor de esas demandas; hacerlas suya y constituirlas en un programa de acción que lo convierta de objeto a sujeto fundamental de los cambios y las transformaciones.
De ahí la importancia del planteamiento (al cual me sumo) del ministro de economía, planificación y desarrollo Miguel Ceara Hatton de que la garantía de cumplimiento a los acuerdos y pactos que se pueden concertar es una ciudadanía movilizada y empoderada.