La brisa, como dirigida por Mozart, al acariciar los árboles parecía tocar el vals de los cangrejos, entonar ese misterioso Desandar. Y el Profesor, siguiendo el teclear del piano bosquerino, como una experta bailarina japonesa daba los sensuales pasos a su preferida estrofa:
Todo cuanto quisiera es que mi corazón fuera un cangrejo.
Con bastón y barba de la mano, como todo buen y original filósofo, montado en la Cordillera Septentrional quisqueyana, mirando el parque Diego de Ocampo, el viento que viene del Este inicio su clase con una pregunta:
— ¿Cómo se mantiene la FE ?
— Por la unidad entre la lengua y el corazón, por la alianza indisoluble entre la palabra que crea la vida y el palpitar que nos mantiene vivo, se respondió.
Las hojas de los desmontados árboles, de los asesinados troncos, de los aves que volaban porque habían perdido su asiento, de los ríos que con la cabeza cortada seguían fluyendo, no quisieron desafiar la fuerza argumental del Viento del Este, pero movieron su rostro en forma incomprensiva, queriendo expresar el que su principal anhelo era encontrar una forma de cómo detener a quienes les daban el último hachazo.
El Viento del Este concentró sus argumentos en darles unidad a sus estudiantes y continuó sus explicaciones diciéndoles que ya sea usted traído del mundo judío, musulmán o cristiano, hindú o confucionista, la forma de vivir su vida es la medida de su conexión con su origen, con el recurso que le dio la vida.
Observen la unidad de lo anterior y preguntémonos, ¿cómo adquirimos y aumentamos nuestra Fe? Proponemos un mundo donde la ignorancia no sea la base de la Fe. ¿Cómo lograr esa sociedad? Lo hacemos aceptando los conocimientos científicos como un mecanismo para aumentar nuestra Fe.
En ese momento el río, que amaba entender, quiso tener cabeza. Las aves buscaron, sin éxito, árboles donde asentarse y las hojas intentaron levantar las ramas muertas. El Viento del Este sintió las vibraciones del dolor y le quitó a sus ojos el impulso de la realidad, se cegó. Empezó entonces a predicar su verdad:
— Ya sabemos que el Quantum es el origen de la vida y que esa fuerza material es, a su vez, el soplo del alma humana. Para que ese quantum sea verdadero, para que se convierta en Fe, tiene que ser generoso. Fe y amor, como diría la madre Teresa de Calcuta, van juntos. Porque parece curioso, extraño, pero amar la soledad aplaca el hambre de amor.
—¿ Y cuál es nuestra relación con la soledad?, preguntó la paloma cuyo blanco color se hacia polvo, polvo y olvido.
— Son ustedes el vehículo que la permite. Sin ríos, sin árboles, sin aves, sin mar, sin esa multiplicación en especies del quantum, no abría soledad, seriamos un tapón universal donde todos tocaran sus bocinas, respondió.
El Viento del Este miró el desolado panorama y propuso una interrogante: Hagámonos una pregunta global, ¿cómo aprendemos a amar la soledad, como lo aprendemos? Sus casi muertos interlocutores se agarraron de la última rama para escuchar su respuesta..
— Lo hacemos manteniendo nuestra conexión con el origen, con esa infinita fuerza vibracional que contiene el quantum. Quiero que sepan –les reiteró para recordarles su importancia-, que sin ustedes no habría y no habrá soledad, que la soledad es el único vibrar que se siente cuando pasa. Y el dolor por haberla perdido, el dolor que los humanos sufrirán porque no supieron amar la soledad, será más grande, infinitamente más grande y mucho más difícil de desterrar, mucho más agonizante que el dolor sentido por la falta del pan.
EVE, como se llama el Viento del Este, se afeitó la barba y la esparció como fruto de la montaña, como lluvia del valle, como rocío de la mañana. Soltó su bastón de filósofo y lo entregó como alimento del fuego, llevándose consigo el humo. Antes de ocupar la cama de la mar, proclamó su última sentencia:
— Los humanos han hablado mucho de la soledad, ahora quiero que le hablemos a la soledad.