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Antes de que llegue la noche

LA VOZ DE LOS QUE NO LA TIENEN ||
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Por: Néstor Estévez

La velocidad a que ocurren los cambios en el mundo está impidiendo que reparemos en sus consecuencias.
A menos que realmente nos detengamos y revisemos, una especie de adormecimiento colectivo se está encargando de que, más que sujetos, quedemos como simples destinatarios en este complejo proceso.

Desde hace varias décadas, algunos estudiosos planteaban una idea que a muchos parecía inapropiada y hasta contradictoria. Ellos decían que mientras más medios teníamos a nuestra disposición, más incomunicados estábamos. Hoy, cuando todavía mucha gente no repara en ello, esa realidad ha sido superada con creces.

Hoy tenemos cambios que a muchos podrán parecerles sutiles o de poca relevancia. Pero sencillamente se trata de cambios en lo que nos mantiene humanos. Se trata de cambios en lo que nos ayuda a entender, a autovalorarnos y a valorar a las demás personas y a todo el entorno. Se trata de cambios en lo que nos ayuda a pensar y a mejorar. Se trata de cambios en la comunicación.

Como se ha explicado muchas veces, no existe el ser humano presocial. Es justamente la comunicación lo que nos sirve como soporte de la sociedad. Y, como ocurre con todo, si no se gestiona bien aumentan las posibilidades de que los resultados nos perjudiquen.

En términos generales, se nos ha hecho muy difícil superar esa etapa hegemonizada por el modelo de comunicación conductista impuesto a partir de la Segunda Guerra Mundial. Para el común de la gente, eso de comunicar sigue siendo simplemente transmisión y recepción de información. Para el común de la gente, esos estímulos y sus correspondientes respuestas agotan el universo de lo que entienden como comunicación.

Esa grave limitación nos está provocando un daño muy difícil de entender. Y eso es un gran obstáculo para encontrar la solución. Es sumamente sencillo, por su simple lógica, entender que nadie hace el más mínimo esfuerzo para buscar solución a un problema del que se desconoce la existencia. Es como quien tiene un cáncer que no ha sido diagnosticado: el malestar existe, pero nada hace para afrontarlo.

Eso explica que a esas parejas y hasta grupos que, dizque toman un rato para compartir, se les vea muy pendientes de sus celulares u otros equipos modernos, demostrando la lastimosa pobreza de esa “socialización”, además de la consecuencia que ello tiene en términos del debilitamiento de los nexos entre esos “presentes-ausentes”.

Eso explica que mucha gente se dedique a reenviar mensajes que ni siquiera conoce, echando a perder tiempo que puede ser de muy alto valor para sus destinatarios. Y todavía más, olvidan que cada mensaje enviado dice tanto de su contenido como del remitente. Da la impresión de que mucha gente ha olvidado que lo que decimos (incluyendo envío de imágenes, textos, sonidos) y lo que hacemos terminan construyendo la imagen que los demás tendrán de nosotros.

Eso explica que perdamos de vista la importancia del contexto a la hora de compartir una información. La mayor parte de la gente da la impresión de desconocer o haber olvidado que un texto sin contexto es solo pretexto, que un cambio de contexto repercute en todo y que excluir el contexto es restar importancia a quien dedica tiempo y atención a sus mensajes.

Todo esto va ocurriendo de manera casi imperceptible. Solo reparamos en ello cuando encontramos que la cortesía parece estar de larguísimas vacaciones, que evitamos el contacto visual, que preferimos las redes sociales virtuales a las redes sociales reales, que nos comportamos como si no conociéramos las palabras o como si no supiéramos usarlas cuando nos relacionamos con los demás, entre otras muchísimas demostraciones de grave degradación.

Hace algunos años que me dijo un inspirador maestro: “tecnología sin conocimiento es igual a chatarra”. Así se evidencia de manera creciente, cuando más urgente parece el denominado humanismo tecnológico. Cada vez más se evidencia la imperiosa necesidad de poner la tecnología al servicio de las personas. Urge que la tecnología, aunque se mantenga como negocio, vuelva a ser un medio para lograr fines.

¡Pero cuidado! En ningún caso se debe justificar ciertos fines que desvíen al ser humano de lo esencial, y mucho menos que lo empujen a su degradación. ¿Será que alguien le quiere sacar beneficios a que perdamos la condición de personas?

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