Entre tornados, convenciones y vigilias transcurren estos calurosos días finales de septiembre y comienzos de octubre en la República Dominicana.
Pero, nada puede ser tan preocupante y doloroso como la noticia que habla de los resultados del estudio del PMA con la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), en el cual se refleja que la desnutrición crónica cuesta a Centroamérica y al país, unos US$6.000 millones al año.
Y se está hablando de “cifras muy elevadas” para la economía de la región; pero, lo triste es que estos números o dígitos alcanzan más de un millón y medio de niños y niñas menores de cinco años.
El director regional adjunto del PMA para América Latina y el Caribe, Jaime Vallaure, advierte la responsabilidad de la sociedad, el Gobierno y las personas responsables de la administración pública en “las consecuencias terribles que tiene la desnutrición en la vida de una persona".
Pero, lo que si es cierto para Vallaure y millones de seres más en este mundo, es que con la niñez latinoamericana y la necesidad de la "atención urgente e inmediata" que le facilite el acceso a los alimentos, ocurre igual que con los asuntos del Medio Ambiente: todos lo saben, sostienen encuentros mundiales, asumen acuerdos, pero no se acaban de ver resultados. No se cumplen y aumentan las penas.
Se trata de un círculo vicioso: la madre embarazada ya desnutrida y como sucede en muchas partes de la región y en el mundo más pobre, apenas pueden amamantar a sus pequeños, lo cual provoca esa curva de descenso en los indicadores de desnutrición crónica, en Centroamérica, Latinoamérica, denominada por el especialista como " demasiada plana", con lo que podrían "pasar años hasta acabar con esta enfermedad”.
Los compromisos existen, el problema está en hacerlos cumplir para acabar con “esta lacra del hambre infantil”, donde, lamentablemente, menores dominicanos aparecen entre los primeros que se desnutren, sufren y perecen apenas cuando la vida comienza…