Por: Patricia Arache
Suelo conversar con personas jóvenes, porque es una de las múltiples formas de conocer el presente y saber a lo que deberíamos aspirar para el futuro.
Escucho con detenimiento sus reflexiones, sus visiones sobre aspectos cotidianos públicos y, en ocasiones, hasta emocionales. Con sus exposiciones y mi silencio, obtengo valiosas informaciones que permiten, entonces, estructurar reflexiones.
Dicen, con razón, algunos jóvenes que la sociedad promueve el concepto de la delgadez y el consumo de alimentos sanos, como importante para la calidad de vida de la gente, pero no te brinda un lugar que los despache a precios asequibles.
Por supuesto, que eso es totalmente lo contrario de los negocios de la llamada “comida chatarra”, que están por doquier y siempre tienen ofertas de un dos, tres y cuatro por uno, o más.
A ello se suma que los pagos a los gimnasios, médicos, nutricionistas y hasta psicólogos son inalcanzables para la mayoría, aún cuando alguien disponga de un seguro familiar de salud.
Al cuestionamiento de que ahora los jóvenes no leen, contrario a los de otras épocas que, supuestamente, siempre andaban con por lo menos un libro debajo del brazo, refieren mis contertulios, y es verdad, que para comprar un libro en este tiempo deben disponer de mucho dinero.
En fin, en los reglamentos y disposiciones para “guiar” a los jóvenes casi siempre se advierte un gran espíritu de contradicción por parte de quienes pretenden promover con estilo, corrección, gracia y pudor prácticas sociales convivenciales.
A “los de antes” les molesta mucho que “los de ahora” escuchen lo que no pocos definen como “ruidos y morbosidades”, pero nadie les brinda opciones distintas para alegrar el alma y relajar los sentidos.
Y es que cada época tiene sus propias características. No pocos de mi generación recordarán que nosotros, contrario a nuestros antecesores, preferíamos música social o “de protesta”, como se le llamaba, sin obviar el goce y el aprendizaje de merengues, salsas y rock and roll.
Atrás quedaban nuestros progenitores y sus contemporáneos con la mangulina, el pri pri, el merengue de salón, el carabiné, el bolero romántico, y todas las demás manifestaciones artísticas propias de aquellos tiempos, que eran sus momentos.
Los adultos mayores parece que privilegian la exigencia para que los jóvenes de hoy actúen como lo hicieron ellos alguna vez y manifiesten sus mismos comportamientos. ¡Craso error!
“Lo que un día fue no será” y mucho menos si no existe una práctica que desde el respeto a la disidencia intente complementar el pasado con el presente y proyectar el futuro.
Aparte de que el mundo ha cambiado en todo y para todo, pero que, además, tampoco existe la mejor prédica posible de que el comportamiento de adultos mayores sea más envidiable, respecto a la de jóvenes de hoy.
Ah, por si fuera poco, algunos padres, madres, tías, abuelos y tutores que cuestionan la música que escuchan sus descendientes, no guardan las formas cuando en algún lugar, en el que creen que nadie los ve, suena un ritmo urbano, por inexplicable que parezca, y se dan a la farra y al goce.
A veces, tenemos que llegar a la conclusión de que la actitud de algunos “recatados” es más pantalla, falsedad y engaño que realidad. Muchos jóvenes lo saben.
Patricia Arache