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Las teorías de la conspiración de la gripe A

LA VOZ DE LOS QUE NO LA TIENEN ||
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Oportunismo, confusión, ‘falsa ciencia’ y teorías conspiratorias: "La tierra es plana, y quienquiera que rechace esta afirmación es un ateo que merece ser castigado". Afirmación de Jeque Abdel Aziz ibn Baaz (1993).

Estas últimas semanas han circulado y están circulando por la red diferentes manifiestos, denuncias, advertencias, proclamas y vídeos relativos a las diversas "mentiras" referidas a la gripe pandémica A (H1N1).

Lo más habitual es que se alerte a la población, totalmente indefensa frente a los hostiles imperios alienígenas (parafraseando a Quim Monzó), frente a las multinacionales y frente a los gobiernos y agencias gubernamentales, sobre la inexistencia de la enfermedad (esta pandemia es un invento), la inseguridad e ineficacia de la vacuna (que además está deliberadamente contaminada), la ausencia de gravedad de la enfermedad (la gripe A no puede llevar a la muerte a nadie), y la inutilidad de los antivirales (que son ineficaces a la vez que tóxicos).

A estas afirmaciones se suman desde revistas pseudocientíficas de difusión general hasta monjas benedictinas, pasando por ex-ministras nórdicas o ciudadanos canadienses que, además, afirman que todo es un complot para diezmar a la humanidad, añadiendo el toque siniestro a la situación. También aparecen de vez en cuando profesionales que, en lugar de disentir siguiendo las normas habituales y reglas de la ciencia (lo cual es perfectamente lícito y beneficioso), se apuntan al carro conspiranoico y les falta tiempo para escandalizarse y "denunciar públicamente" abusos varios.

Con algunas variaciones, en esta gripe A se han empleado teorías repetidas hasta la saciedad, mayoritariamente por grupos activistas anti-vacunas, muy enraizados en los países anglosajones, notablemente en EEUU y Reino Unido. Las afirmaciones que una buena colección de investigadores, médicos, epidemiólogos, farmacólogos y otros especialistas realizan desde hace años, basándose en evidencias de peso suficiente, que se han publicado en forma de artículos científicos, recomendaciones de expertos y otros documentos de organismos internacionales sanitarios, son inmediatamente desestimadas o ignoradas por estos grupos.

Es más, la credibilidad de todo el sistema de ciencia mundial está bajo sospecha para ellos, dado que las multinacionales farmacéuticas (mejor si son norteamericanas y tienen a Donald Rumsfeld entre sus accionistas) son, por definición, perversas. Su único interés es económico, a la vez que tratan de perjudicarnos con ensañamiento a todos.

Los profesionales sanitarios que defendemos las ventajas y conocemos los inconvenientes de las vacunas (y en este caso, creemos también que la gripe A es real, que puede complicarse, que en algún caso es mejor tratarla con antivirales y que ojalá dispusiésemos ya de la vacuna) estamos, además de equivocados, vendidos a estas multinacionales (lamentablemente mi nómina no parece estar de acuerdo con esta afirmación: trabajar en el sistema sanitario público tiene muchas ventajas y algunos inconvenientes, ¡qué le vamos a hacer!).

Somos sospechosos de hacer el juego a las fuerzas ocultas que gobiernan el mundo. Sin saberlo (tontos útiles) o sabiéndolo (malvados conspiradores), actuamos como asesores científicos del Club Bildeberger, cuando no pertenecemos a los Francmasones o a los Templarios, que por lo menos llevaban una espada y un bonito uniforme blanco, como nuestras batas (eso sí, con una gran cruz roja no INSALUD).

En un excelente artículo publicado en el suplemento ‘ES’ de La Vanguardia (19 de septiembre de 2009), el psicólogo Luis Muiño describía las bases de la "conspiranoia" (neologismo fusionado de conspiración y paranoia). La clave, según el autor, es que estas teorías cospiranoicas son indemostrables: nunca se podrán refutar ni probar. Los individuos que se apuntan o crean estas teorías consideran que detrás de todo acto hay algo oculto, se convierten en expertos y sacan conclusiones a partir de ellos. El lado oscuro de esta forma de pensamiento es peligroso: pueden caer en una interpretación paranoide de la realidad y acaban confundiendo casualidad con causalidad.

Los que defienden estas teorías son, además, muy pesados: una vez empiezan a hablar, les cuesta mucho callarse, y sus afirmaciones encuentran eco en los medios, especialmente en la red. Tratan de llamar a la desobediencia civil o a la formación de movimientos ciudadanos. Su vertiente mesiánica les lleva a intentar salvarnos a todos de las calamidades que ellos ven y nosotros no acertamos a distinguir. Como dice muy bien Muiño en su artículo, ver conspiraciones en todas partes puede resultar entretenido si nos lo tomamos con cierta distancia. Sin embargo, hay que tener cuidado: un proverbio chino afirma que lo malo de mirar siempre el fondo de las cosas es que uno acaba por quedarse allí.

Me voy a leer el último libro de Dan Brown, que salgo de guardia y he visto durante la misma (perdón, he creído ver) a enfermos con gripe A, incluso alguno que estaba ingresado en el hospital y hasta en la UCI, a los que además intoxicábamos con antivirales. Debe ser cosa del cansancio…

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