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Cosas de mi vejez

LA VOZ DE LOS QUE NO LA TIENEN ||
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No he podido dormir, son las 01:20am, hace 82 años, 7 horas y 20 minutos que mi abuela ayudó a mi madre en el trance de contracciones dolorosas que me sacaban de su vientre amoroso y yo diera los primero gritos.

Caía una ligera lluvia, su frescura acondicionaba el ambiente y la madre menos sofocada retenía más energía.

Cerca de la residencia los pendones mojados de la caña danzaban al viento como si fueran olas de oro en el mar de los taínos.

Gracias a Dios, ahora converso con ustedes. ¡Cuán dulce fue haber navegado, trajinado y abandonado los deseos de la juventud! No me siento tan viejo que no pueda aguantar una singladura más.

He vivido, surcado mares bravíos y dormidos, anclado en bahías, recodos y puertos, rumbos estos que la fortuna me concediera. ¡Cuánta gente amistosa! Gracias a Dios.

El creador me ha dado un día más, lo he disfrutado con su amor entre mis familiares, alumnos y amigos en partidos de tenis.
He gozado de la riqueza por tener la menor necesidad de ella. Si hubiera tenido esas angustias por las riquezas, hubiera temido por ellas; también los afanes no permiten gozar de los bienes que poseyera, pues siempre se anda atareado por aumentarlos, me habría olvidado de gozarlos y ocupado en rendimientos de cuentas.

En el año 1947 en la biblioteca municipal me encuentro con el filósofo griego Epicuro, quien con su ética influyó en mi pensamiento, conservo fresca en la memoria su máxima: “PARA MUCHOS HABER GANADO RIQUEZAS NO FUE ACABAMIENTO DE SUS MISERIAS, SINO CAMBIO DE UNAS POR OTRAS”.

Me aferré a esa sabiduría, y hoy después de haber contemplado en distintas latitudes otros ocasos, esta máxima no me causa ninguna extrañeza, puesto que el mal no esta en las cosas, sino en nuestra alma. Aquello mismo que hará insoportable la pobreza nos hará insoportable la riqueza.

He visto que es indiferente un enfermo en un catre o en un colchón ortopédico, pues donde sea que se acomode lleva consigo la enfermedad. Tampoco tienen ninguna importancia que un alma enferma se encuentre entre la riqueza o entre la pobreza. Su mal sigue por todas partes.

Prefiero la pobreza que sacia y no la riqueza que nos hace hambrientos. He observado que la prosperidad es ambiciosa y está expuesta a los deseos desmedidos de los demás, mientras no se encuentre nada que baste, no bastará a los otros.

También he palpado las temeridades que se incurren por amor al dinero y cuánto dinero se entrega por amor a los honores.

En esta selva humana, el hombre atareado y agobiado por sus bienes no hallará peor mal que el de creer amigos suyos aquellos de los cuales el no es amigo; o el de creer que sus beneficios le sirven para ganarse los corazones, cuando en realidad muchos le odian tanto cuanto le deben.

La gran riqueza de la vida es dar con gozo a los demás, el amor que Dios sonriente nos da cada amanecer.

Perdonen, pues los viejos somos inclinados a perturbar el tiempo del que trabaja. Como hay tantas inquietudes por el éxito, sin importar como se obtenga, esto no lo olviden:

Cuando más se tengan a mano los éxitos, tanto más se acercan los temores. Mecenas, quien entre los tormentos de la grandeza, manifestó esta verdad: “LA PROPIA ALTURA TRUENA LAS CIMAS”. Con esta frase quiso significar que las cimas están expuestas a las tempestades.

Concluyo con el filosofo Epicuro: “Son dos los bienes de que está compuesta la suprema felicidad. La ausencia de dolor en el cuerpo y de perturbación en el espíritu”. Son la paz del cuerpo y el alma.

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