Por: Patricia Arache
@patriciarache
La verdad es que en nuestra República Dominicana ocurren cosas que parecen salidas del realismo o el surrealismo mágico. Cualquiera de esas dos manifestaciones literarias, se encuentran en cada rincón de nuestras duras realidades, sin que se produzca el más mínimo escándalo humano o social.
Desde hace un tiempo, conozco que en algunos hoteles y restaurantes está prohibido que alguien intente sacar alimentos de un buffet fuera del establecimiento.
Está usted “obligado a carabina”, como decían mi madre y mi abuela, a consumirlo allí dentro, porque la única opción que le presentan es dejárselo al hotel para que ellos mismos sean los que supuestamente boten los alimentos. ¡Los ya pagados por usted y no consumidos!
Sí. ¡Eso ocurre, aunque usted no lo crea!
Dígame, si no es una paradoja, un contrasentido, una práctica antihumana, en momentos en que la solidaridad y el compartir, se erigen como herramientas vitales para la convivencia, que en este rincón del Caribe estemos obligados a lanzar a la basura alimentos de calidad y totalmente aptos para el consumo.
Contrario a ese comportamiento antiético de lanzar al vertedero la comida, en distintos países del mundo, incluso, estimulan su repartición en instituciones de protección o de cuido de personas, o entre grupos vulnerables, de los que, sin ningún orgullo, este país está lleno.
La indignación es mayor cuando observamos que ante la negativa de que el cliente pueda hacer uso discrecional de la comida que ya ha pagado, y en torno a lo cual casi siempre la propuesta es para compartirla entre grupos que la necesitan, quienes cocinan los alimentos y ofrecen el servicio, no brindan ninguna otra alternativa: “solo podemos botarla”, dicen.
¡Eso no es justo!, aunque las estadísticas refieran que, en América Latina el 14% de los alimentos de consumo van a para a la basura, alguien debe hacer algo en República Dominicana para frenar esa desaforada y agresiva práctica.
Preferir botar la comida antes de permitir que un desheredado de la fortuna y de la protección reciba un plato que sacie su hambre, no puede ser una estrategia comercial o empresarial sana, digna ni ética; y mucho menos un gesto que comulgue con los sentimientos de respeto, solidaridad y empatía que debe adornar a un ser humano.
Si usted no ha tenido oportunidad, tiempo o espacio para sensibilizarse frente a la desgracia de los demás, lo invito a leer las declaraciones del padre Domingo Legua, fundador, presidente del Banco de Alimentos de República Dominicana.
“¡Ay, padre, no tengo nada para mis hijos!”, un clamor que se le repite una y otra vez y otra, en sus oídos, en sus recorridos por barrios de cualquier parte del país, lo que lo motivó a fundar el banco ya mencionado.
Hombres, mujeres, jóvenes y niños que deambulan sin destino y sin un mendrugo de pan, mientras otra parte de la población vive en una indetenible y deslumbrante opulencia, lo que en sí mismo no es malo, si, esencialmente, la tenencia ha sido fruto del bien hacer.
Es entendible que haya quienes, a fuego y sangre, intenten defender las marcas de sus empresas, pero hay tantas formas para hacerlo que no deja de ser una necedad, la negativa a que alguien que haya comprado sus productos no tenga el derecho de hacer con ellos, lo que resulte de su propia decisión, a favor de los demás.
No tiene perdón de Dios que existan personas, y las hay, a las que poco les importa el dolor ajeno, y en este caso, el hambre de los demás. ¡Así no puede ser!