El reconocido pensador Confucio, aseguraba que la naturaleza humana es buena, por tanto, la maldad no es parte de ella. Con esta inferencia se da en la Diana, si analizamos los estereotipos que ha construido la sociedad para sus hombres y mujeres. Esos modelos de conductas impuestas, observados desde la costumbre, que limitan cómo deben ser, sentir y actuar las hembras y los varones, en sus acciones y comportamientos diarios.
Si, reitero, es la sociedad quien nos los asigna para cada actividad, actitudes…; qué y cómo debemos hacer. Es decir, las distintas formas de ser y de actuar. En nuestro mundo, amén de las distintas culturas y creencias, las características que deben ser atribuidas a ambos géneros, se repiten y son aceptada casi de forma natural. Como sabemos, estas, sencillamente, causan desigualdad y fomentan niveles de discriminación en la población. Vulneran derechos fundamentales, como la paz, la libertad y el desarrollo personal.
Por eso es necesario dejar de educar a la mujer para que exhiba alto nivel de dependencia emocional y sumisión. Que sea la delicada, quien operativice el valor servicio y amabilidad, porque, también el hombre puede serlo. Ya es preciso deconstruir ese modelo de princesa, coqueta, sensible, débil, siempre muñeca, enfermera; la ama de casa que lleva la carga romántica en la relación de pareja; la que gusta el color rosado. A sabiendas de que, los valores, atributos, profesiones, colores…, no tienen sexo.
Mientras continuamos reproduciendo cultura que invisibiliza derechos al educar al hombre para que sea quien tome las decisiones; sea el fuerte, rudo, el proveedor, y quien administra los recursos. En la pareja es quien debe tener iniciativa sexual; es un superhéroe; fuerte, valiente, insensible. Por tanto, no debe llorar, más bien, puede permitirse ser agresivo al enfrentar dificultades, porque, además, tiene manejo de los códigos de calle…, mientras la mujer tiene como escenario el hogar. No habrá avances reales en el ejercicio y disfrute del derecho igualdad.
Por eso, el plan de acción global para la protección de las libertades de todas las personas en el mundo, denominado Declaración Universal de Derechos Humanos, hace una importante precisión en su artículo primero: “todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros”.
Sin embargo, el mundo sigue hoy de espalda a la buena norma; inmerso en asignar roles de género, que a su vez mantienen y fortalecen una dura división sexual incluso en el trabajo. Por lo que se puede reflexionar que, fruto de ella, exista brecha y desigualdad salarial, en puestos iguales. Además de que sea la mujer quien más sufre la pobreza en el mundo.
¿Por qué los displicentes, cuando sabemos que lo femenino no es inferior a lo masculino, y viceversa? Desde siempre y en la actualidad, en todo el mundo, la mujer trabaja, igual que el hombre, en cuanto a tipo de trabajo y jornada. En lo que nada ha cambiado la práctica, es en que, también debe realizar ella, en la generalidad, el trabajo doméstico. Con el que, ahora posee doble y hasta triple carga laboral. Esto le aporta como consecuencia, menos tiempo para capacitarse y disfrutar otros derechos, la recreación es uno de ellos. Cuando este le asiste, es su derecho humano.
En ese aspecto, es preciso recordar que, el trabajo se debe obtener y ejecutar de acuerdo a las competencias de las personas y a sus expectativas. Siempre en condición de igualdad: un derecho en el que debemos avanzar, pasar de las letras a la acción. Teniendo el hogar, como plataforma esencial y primera, para su entendimiento y operativización. Esa división sexual del trabajo, basada en roles de acuerdo al sexo, es una distribución es injusta e inequitativa, que limita las posibilidades de las personas.
Por lo que, es preciso señalar para prevenir su propagación, que los prejuicios sexistas afectan tanto al hombre como a la mujer. Empero, las ocupaciones no son ni femeninas ni masculinas. ¡Es un error! ¡No tienen sexo! Entonces, ¿por qué asumir que las ocupaciones tradicionales más rentables y con mayor reconocimiento social, pertenecen al hombre?
Sencillamente hay que reiterar que los estereotipos de género solo fomentan discriminación, agresión y violencia. Pues como ideas preconcebidas, tratan de explicar el comportamiento de los varones y de las hembras. Son esas opiniones que tiene un grupo social de otro: conductas, cualidades, habilidades o rasgos distintivos, muy difundidos en la Publicidad, y esa naturalización no debe determinar las tareas. Crea subordinación, segmenta al ser humano.
¡Ahí está el detalle!, es lo que se enseña o propaga como correcto y normal, muchas veces, tanto desde el hogar, y hasta desde los medios de comunicación de masa, que en ocasiones no hacen honor a sus roles fundamentales. Llamados a no permitir que accionen desde ellos, quienes no poseen conocimiento del compromiso que tienen con la sociedad.
En ese aspecto, además de transmitir la cultura, también, recae sobre sus hombros contribuir a la salvaguarda de derechos humanos. En otra oportunidad daremos ejemplos de cómo el lenguaje que utilizamos, puede contribuir a fomentar subordinación entre las personas, y por tanto a engendrar desigualdades.
Es preciso seguir haciendo cambios en ese modelo. Hoy sabemos que los hombres también pueden cocinar y realizar labores domésticas…, formar parte activa en la educación de sus hijos e hijas, ser vigilantes y cuidadores de la salud de las personas que integran su núcleo familiar…, asimismo, las mujeres pueden ejercer poder y otras facultades que la sociedad asigna a los varones. Seamos conscientes, de que las tareas o actividades del hogar son responsabilidades que deben ser compartidas. Seguir negándolo es un dislate.
Reaccionemos, comencemos a construir varones y hembras libres desde el nacimiento. No esclavos de prejuicios y creencias negativas, transmitidas por la costumbre y el trato diferenciado, lucha de poder o poderío de uno sobre el otro ser humano. !Frenemos sus avance. Si deseamos realmente fortalecer las relaciones entre los hombres y las mujeres, este tema hay que entenderlo y respetarlo.
La Convención Interamericana para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra la Mujer o Belem Do Para argumenta que es violencia cualquier acción o conducta, que basada en su género, cause daño, sufrimiento físico o psicológico…, a la mujer, tanto en el ámbito público como en el privado. Como hemos identificado, la situación descrita anteriormente, aun en el Siglo XXI, sigue mermando la salud de la población femenina. Los roles de género, limitan derechos fundamentales de las personas, y, por tanto, su crecimiento. Sumémonos al cambio.
Hasta la próxima entrega.
La autora reside en Santo Domingo
Es educadora, periodista, abogada y locutora.