Una de estas noches un taxista resultó gravemente herido por unos individuos de los que aún no se ha podido establecer la identidad ni precisar el móvil de este hecho criminoso.
La víctima fue conducida hasta la sede del hospital de las Fuerzas Armadas en búsqueda de atenciones de emergencia, pero falleció antes de que la recibiera. No se permitió que su cuerpo moribundo o su cadáver fuera desmontado del vehículo en el que fue llevado.
Sus compañeros de trabajo, muchos de los cuales concurrieron hasta la emergencia del hospital cuando a través de la radio de la empresa se percataron de lo ocurrido, alegan que llegó con vida hasta el frontispicio del centro médico, y que lo mató la insensibilidad de una doctora que se resistió a recibir el herido.
No obstante, cuatro médicos del hospital militar alegan que el cuerpo del taxista llegó sin vida, y que decidieron mantenerlo intacto para no contaminar el trabajo del forense y de la Policía.
¿Quién estará contando la verdad?
Talvez la experticia patológica pueda desentrañar el debate, y desde luego, que todos estamos contestes de que la oferta de los servicios médicos de emergencia es una obligación sagrada. Si en esta parte se faltó las sanciones deben ser drásticas.
Pero me preocupa el facilismo con el que solemos desviarnos de lo fundamental para entretenernos con lo accesorio.
En este caso toda la indignación de los familiares del asesinado y de sus colegas se ha concentrado en censurar al hospital, y no escuché en ninguna de las intervenciones que se produjeron sobre este hecho un emplazamiento para que se persiga y aprese a los autores de este crimen.
En más de una oportunidad me ha tocado advertirles a dolientes que se cuiden de no andar haciéndolas de abogados de los criminales, porque esos argumentos no muy bien pensados que brotan de impotencia y de la indignación del momento, son hábilmente usados por los abogados para atenuar las responsabilidades de sus defendidos.
Lo propio advertimos, contribuyendo a una variación de enfoque, en el desenlace del secuestro del joven Eduardo Baldera Gómez, cuando la presión mediática se enfilaba, no al repudio de un crimen que no podemos permitir que se abra paso en la sociedad, como es el del secuestro, sino a censurar la actuación policial.
Debe haber celo por el respeto de los derechos humanos y por la preservación de uno esencial que es el derecho a la vida, pero eso no debe opacar el repudio a las acciones delincuenciales.
Creo que el presidente Leonel Fernández ha hecho lo correcto cuando deja entrever que no es indiferente a los cuestionamientos que ha producido la evasión de la señora Sobeida Félix Morel y al admitir que la lectura es la de la sensación de falta de autoridad, que es catastrófica para el ordenamiento social, pero es otra demostración de que lo accesorio nos mueve más.
Burla grande fue la escapada del individuo que buscaban en el operativo donde fue apresada Sobeida y donde se encontraron los 4.6 millones de dólares. Esa reunión que motivó Sobeida debió de haberse producido al día siguiente de la fuga de Figueroa Agosto, para apresarlo antes de que saliera del país.