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La moraleja del Vasa

LA VOZ DE LOS QUE NO LA TIENEN ||
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Marco Aurelio

El 16 de agosto conmemoramos la efeméride de ese día de 1863, cuando un glorioso grupo de dominicanos, encabezados por Santiago Rodríguez —guerrero de la Independencia— incursionó en el cerro de Capotillo y enarboló la enseña tricolor (en reemplazo de la inconsulta bandera extranjera), proclamando la Restauración de la República en lo que se conoce como “El grito de Capotillo”.

 

El general Matías Ramón Mella, que había regresado al país el día anterior, se incorporó al ejército restaurador y fue nombrado ministro de Guerra por el nuevo gobierno formado en Santiago. El ejército invasor fue enfrentado por líderes campesinos prácticamente desconocidos, como Juan Nouesit.

El general español La Gándara, en un gesto que lo ennoblece, escribió, refiriéndose a las brillantes tácticas de guerra de guerrillas del general Mella: Peleamos con enemigos invisibles y perseguimos a fantasmas que, al ser empujados por nuestros soldados, no dejan a estos ni solaz ni reposo.

Considero oportuno mencionar el caso de José Desiderio Valverde, quien, según historiadores, traicionó a sus compañeros tras haber sido presidente del Gobierno en Santiago, y al que Santana le dio un golpe de Estado. Valverde fue honrado en 1958, designando con su nombre a la provincia cuya ciudad cabecera es Mao.

Tras la victoria restauradora, Santiago Rodríguez fue propuesto como presidente, quien declinó el ofrecimiento por razones de salud, recomendando a su lugarteniente Pepillo Salcedo en su lugar. De ahí su expresión, digna de difundir en estos tiempos tan peculiares: Yo solo quería ver un día mi vieja bandera.

El 30 de septiembre de 1863, el general Gregorio Luperón venció al general Pedro Santana en el combate de Arroyo Bermejo, cerca de la loma del Sillón de la Viuda, obligándolo a replegarse. Tras el asesinato de sus hermanos José Joaquín y Gabino, Eusebio Puello se unió a Santana, deteniendo el paso de las fuerzas dominicanas en Azua

La guerra de Restauración permitió destacar el patriotismo y el valor espartano de dominicanos de esa época. Se relata que el general Juan Contreras se unió a la causa de los españoles, y al ser derrotado por Olegario Tenares, debió huir.

Al verlo en retirada, el general Tenares le vociferó: ¡Devuélvase a pelear, general! Tras escuchar el desafío, el general Contreras se detuvo serenamente y bajó —sable en mano— de su acémila, cayendo a la vista de Belona.

El 25 de marzo de 1864, el padre de la patria, general Juan Pablo Duarte, regresó al país tras 12 años en la localidad de San Carlos de Río Negro, Venezuela (en la selva amazónica) para unirse —sin éxito— a las luchas restauradoras. Solamente pudo ver a Ulises Francisco Espaillat (ministro de Relaciones Exteriores), único representante del Gobierno que accedió a ello, ya que Pepillo Salcedo— algunos historiadores lo excusan alegando que estaba en combate— nunca lo recibió.

Ante tantos desatinos en nuestra historia, aunque ocurrió en Suecia, el caso del Vasa, famoso buque de guerra del siglo XVII que se hundió en su viaje inaugural en 1628, aplica a la política vernácula dominicana.

Fue construido por orden del rey Gustavo II Adolfo de Suecia para consolidar su poderío naval. Era una de las naves de guerra más poderosas de su tiempo, con 64 cañones. Sin embargo, el barco se hundió en el puerto de Estocolmo poco después de zarpar, debido a errores de diseño y sobrecarga.

El buque fue redescubierto en la década de 1950, siendo rescatado en 1961. Se encontraba en un estado de conservación notable gracias a las bajas temperaturas y a la poca salinidad del agua del mar Báltico. Se lo exhibe orgullosamente en el museo Vasa de Estocolmo, donde es una atracción turística que ofrece una visión única de la ingeniería naval y la vida del siglo XVII.

Los expertos navales habían advertido al rey que sus instrucciones iban a producir que el centro de gravedad del buque quedara muy elevado, por lo que podría zozobrar. Los caprichos emocionales del rey y la subordinación irracional e irresponsable de sus cortesanos provocaron el fracaso de esa monumental obra de construcción naval.

Durante el juicio al ingeniero naval que dirigió la construcción del Vasa, el rey Gustavo II Adolfo reconoció —de forma no usual— sus errores al pretender superar la capacidad de quienes, por su profesión, sabían más que él sobre construcciones navales. La moraleja relacionada con el hundimiento del Vasa nos lleva a reflexionar sobre algunas decisiones de reyes, presidentes y ministros de todas las épocas que, en ciertas ocasiones, son emocionales y repentistas, no siguiendo las asesorías apropiadas para gobernar correctamente.

Nada podemos hacer con respecto a la historia, pero si planeamos el futuro aplicando los consejos de los especialistas, embanderándonos en el interés nacional, las generaciones futuras lo agradecerán.

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