¡Trujillo vive!

Todavía siento el eco de las botas de Trujillo resonando por los pasillos del poder.

Su sombra entorchada, con sus cinco estrellas bordadas en el ego, sigue cruzando salones donde su palabra fue ley y su voluntad, decreto.

Nos dejó como herencia el servilismo: esa cultura de adorar al jefe como si fuera un dios, de inclinarse más que obedecer, de callar más que pensar.

Y sí… Trujillo vive. Lo percibo en ciertas formas de ejercer la autoridad, en las reverencias innecesarias, en los silencios que no nacen del respeto sino del cálculo.

Su régimen cayó, pero su mentalidad sigue, disfrazada de lealtad, caminando con paso firme por instituciones que merecen otros vientos.

Es hora de ventilar los corredores y abrir las escotillas. La dignidad no se hereda, se forja.

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