Las imágenes en las calles de Puerto Príncipe, la capital haitiana, son verdaderamente dantescas, terroríficas y llenas de espanto. Algunos comentaristas rememoraron sus experiencias con sismos de menos grados en las escalas tradicionales y contaban cómo cada quien queda suspendido en el tiempo y el espacio, como si hubiese desaparecido cualquier opción de movilidad.
Horas después del terremoto, que oscila según las deducciones sismológicas, entre 7 y 7,3 grados, los supervivientes de la hermana nación haitiana aparecen como zombis que han deambulado durante la terrible e interminable noche, intentado “consolarse los unos a los otros”, con la esperanza de hallar las huellas de seres queridos entre tantos escombros y desastres.
Los organismos humanitarios movilizan sus fuerzas e intentan enviar recursos y todo tipo de ayuda. La República Dominicana reúne médicos, técnicos en Comunicación, especialistas diversos y voluntarios. A todo lo largo y ancho de la nación se movilizan operativos y se han establecido redes, a fin de recaudar comida y cuanto sea posible para atender a los miles y miles de damnificados que se estima ha dejado el sismo en Haití.
Ni hablar de los desaparecidos, la Fuerza de Paz de Naciones Unidas, liderada por Brasil, que cuenta con cerca de 6.700 militares procedentes de 17 países, luego de participar en el socorro a las víctimas de los huracanes que afectó ese pueblo en 2004 y 2008, prosigue su labor, aún con bajas en sus propias filas.
El mundo entero se moviliza e intenta disminuir el sufrimiento de la población de Haití por tan terrible catástrofe. Dominicanas y dominicanos se suman a cada paso de asistencia y colaboración. Duele hondo tanta tristeza y devastación.