Hablar del liderazgo es un discurso repetitivo que raya, en algunos casos, en la retórica, pretendiendo maximizar la importancia que debe dársele a la formación de los líderes que habrán de guiar nuestros destinos y los de muchos otros.
La palabra líder proviene del término ingles leader que a su vez deriva del verbo to lead que significa conducir, dirigir. Lo cual no deja dudas de la naturaleza de esta palabra.
Pero ¿quién es el que puede conducir? Muchos dirán: el jefe. Claro, el problema es que no siempre el jefe de un equipo es su líder. ¿Por qué? Porque el motor del jefe es la autoridad mientras que el motor del líder es la influencia.
Como ya he dicho en algunas de mis conferencias, la idea del liderazgo, ya sea autócrata, participativo o transformador, tiene su asidero más en el pensamiento mesiánico religioso que en la concepción organizacional y social. Las personas no quieren un líder, esperan un «Mesías» cuyo poder extra humano generará un nuevo orden.
Y mi análisis se enfoca en otro de los mitos asociados al fenómeno del liderazgo, y este corresponde a la idea constantemente reforzada y sugerida de que se debe hacer un esfuerzo en las instituciones educativas, empresas y unidades sociales por formar líderes, asumiendo que sólo así se garantizará el futuro que corresponda a esta nación, que hasta la fecha es llamada República Dominicana.
La formación intencional del liderazgo no siempre termina en las mejores prácticas del mismo, y esto ocurre por la distorsión que el concepto posee en nuestras sociedades, se cree que el líder debe poseer dotes de estratega, sabio, buena dosis de carisma y un profundo sentido de la gerencia por objetivos, amén de una visión amplia y futurista. Pero esas características se ajustan más a los personajes mitológicos y a los líderes espirituales o de películas, que a la persona común a la cual se espera formar como líder.
No se trata de negar la posibilidad de desarrollar, orientar y canalizar las competencias que una persona posea para ejercer funciones de liderazgo, lo que le da la connotación de un mito a la idea de la formación es que, de alguna manera, se espera obtener un resultado positivo en todos los casos y se obvia que quien lidera lo puede hacer con igual fuerza para bien o para mal.
¿Quién puede negar los dotes de liderazgo que demostró poseer Adolf Hitler en lo extenso de su ejercicio, u otros tantos como Stalin, Mussolini y Franco? Pienso que la respuesta es que nadie lo puede negar, pero ¿es ese el liderazgo al que se hace referencia cuando se habla de «formar»? ¡Así es!, ya que independientemente de la orientación y el escenario que se trate siempre se espera que el líder sea estratega, sabio, carismático…
¿O no es así?… Independientemente, de lo que señalen autores y textos de renombre no se trata de formar líderes sino de formar consciencias. Y esa si es la realidad…
Cuando se forma una consciencia se desarrollan las competencias emocionales y primordiales del ser humano, como la ética, la moral y los valores, el respeto por la vida, la convivencia y otros tantos principios fundamentales que fortalecerán la «actitud» y la «aptitud» de quien lo experimente… el ejercicio del liderazgo, como el liderazgo mismo, son la consecuencia de la formación de una consciencia amplia y capaz de discernir entre lo que es correcto y generará bienestar común y lo que es satisfactorio pero que pondrá en riesgo a algún eslabón de la cadena o varios de ellos.
Quien sabe pensar, diferenciar y conoce suficientemente bien su entorno siempre buscará la manera de agregar valor al mismo, ya sea como participante o como orientador, pero, en todo caso, ha de prevalecer la formación de una consciencia libre, madura y responsable antes que una educación que resalte el paradigma del poder, atracción de las masas y el ejercicio del mando y la coordinación basada en un pensamiento unilateral y lineal, pues cuando ello ocurre sin que exista consciencia y «sensibilidad social y humana», se habrá formado al líder, eso es seguro, se le habrán dado todas las herramientas, pero las consecuencias serán tan inciertas e inesperadas como en un juego de azar, donde es más probable perder que ganar. Si se desea contar con un líder, hay que preocuparse por formar su consciencia, el liderazgo llegará por añadidura.
Si podemos lograr esto, como país seremos ejemplo ante las demás naciones y nuestros líderes en proceso de formación, serán un ente de ejemplo y dedicación a las funciones a las cuales han sido llamados y sea cual sean estas, no serán más que servir a la gente y para la gente.