Así reza un viejo refrán que repetían los abuelos cuando se referían a cosas que, una vez en su sitio, no debían removerse, dadas las circunstancias y sus consecuencias.
La afirmación del catedrático estadounidense, Daniel Rodríguez, profesor del Mercy College de Nueva York, al definir como “mejor vía para comenzar a resolver los graves problemas del pueblo haitiano”, su fusión con la República Dominicana, adolece del análisis histórico y concreto que merecen cuestiones de esta índole.
Según su artículo: “Este nuevo Estado-nación, tal vez llamado ´República Dominicana, Haití´, puede convertirse en una nación con una población combinada de 19 millones de habitantes, que sería capaz de aprovechar sus recursos naturales en colaboración y gobernar al unísono”.
Amén de su alusión a “inevitables luchas de poder”; para nada resulta comprensible identificar un hecho de tal envergadura con fusiones de grandes empresas.
Se trata de naciones con su propia historia, realidades que marcaron las vidas de sus hijos e hijas; costumbres, tendencias, idiomas y una cultura que identifica a cada quien de manera muy diferente, más allá de la geografía común.
No siempre desde lejos se ve más claro, como debía ser. Al parecer, los países más desarrollados, esos que un día tuvieron a Puerto Príncipe como el vergel de sus colonias, han traspuesto sus verdaderas responsabilidades con el hoy paupérrimo país, cuya gran miseria no comenzó con el terremoto del 12 de enero.
Y no se trata de carencia de solidaridad o humanismo. No sólo por su proximidad geográfica acudió la República Dominicana y reaccionó de inmediato ante la tragedia del pueblo haitiano.
Si algo no deben olvidar las grandes potencias económicas, es que las salas de los hospitales del país, donde hoy se intentan salvar vidas haitianas, poseen las peores condiciones que puedan imaginarse y sus programas vitales de salud pública son de los más deprimentes en la región, al igual que el sistema educacional y tantos factores más, que a esta altura, mantienen a una buena parte de la población dominicana enferma y en extrema pobreza.
Mejor preguntar a los franceses y a los propios Estados Unidos, ¿por qué no fusionan sus economías y dirigir sus potencialidades e inteligencia colectiva para solucionar los problemas del pueblo haitiano?
Sería, para complacer las expectativas del señor Daniel Rodríguez, una “iniciativa audaz”, que podría enmendar tantas angustias que han trascendido por los siglos de los siglos…