El Instituto de Ayuda al Sordo Santa Rosa, ubicado en la calle Luis F. Thomén, número 61, El Millón, en la capital dominicana, atraviesa uno de los más difíciles momentos de sus casi cuatro décadas de servicios y tristemente se reducen, cada día, las posibilidades de atender a niñas, niños y adolescentes con discapacidad auditiva, además de los cientos de estudiantes de escasos recursos, a quienes ofrecen allí escolaridad especial, evaluaciones, colocación de audífonos, transporte, orientación a los padres y otros servicios, que se extienden a la población en general con estos problemas.
La pregunta es, ¿qué suerte correrán estos seres, cuyo desarrollo emocional, afectivo y social dependen, en definitiva, de una vocación y servicio social que esta institución se ha ocupado de ofrecer durante tantos lustros a quienes nacen con tal condición en el país?
Las donaciones desde Alemania se han reducido y las entradas mensuales han mermado a tal grado, que hubo que prescindir del internado, el almuerzo. El número de matrícula ha descendido cuantiosamente y ahora se hallan en la escabrosa tarea de restar profesores, muchos de ellos formados en ese mismo centro, imbuidos por el afecto y la sensibilidad que coadyuva a esta educación especial.
El voluntariado del Instituto apela a la ayuda de ministerios, organizaciones no gubernamentales; a toda entidad y persona sensible que pueda apoyar la larga lista de seres que esperan ser ayudados para vivir dignamente, a pesar de ese vacío de los sonidos, en una sociedad que les acepte y respete.
