Lo inconcebible es que denominen así a quienes se han comportado desde el principio- y continúan haciéndolo-, con verdadero sentimiento solidario, marcado, además, por un gran sacrificio.
¿Qué tiene la República Dominicana para dar y compartir? ¿Ha tenido en cuenta la ONU, a la hora de emitir estos conceptos divisorios que en la nación dominicana miles de familias viven en extrema pobreza, y en muchas escuelas niñas y niños sufren de enfermedades en la piel y hasta en el alma por las paupérrimas condiciones en que intentan recibir el pan de la enseñanza?
Y a todas estas, es precisamente la República Dominicana la que construirá una universidad para miles de haitianos, sin mencionar los múltiples aspectos en los cuales colabora desde hace tiempo, como no lo hacen los críticos foráneos, a pesar de ser ellos, precisamente, quienes han incidido en que Haití sea ese territorio donde más del 50% de su población esté en situación de inseguridad alimentaria, según aseguró el director general de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), Jacques Diouf, -y no solamente por las secuelas del terremoto-.
Lamentablemente, ni siquiera puede emplearse la palabra “optimismo” para definir algunos de los pasos inmediatos que se dan en Haití. Ni la Francia que promete unos 400 millones de dólares, ni cuantos ahora reaccionan por las consecuencias de sismo, pagan los siglos de explotación y despojos.
Habrá que esperar resultados, no sólo en lo que respecta a condonarle por completo de su deuda ascendente a 77 millones de dólares, sino a reivindicar con humanas acciones el alto precio que debieron pagar por su independencia y el sitio paupérrimo que ocupan entre los países más pobres del mundo.
Y a todas estas, las potencias y organismos internacionales deben aprender a no dividir más, sino a contribuir con la solidaridad entre los países y no en su desunión. En definitiva, Haití y la República Dominicana están tan cercanas, que las buenas relaciones son imprescindibles.