Es una triste realidad: la violencia parece acompañar los días de un país que debía transitar esta época con otros sentimientos escoltando sus pasos.
La prensa refleja noticias que decepcionan y atemorizan, pues no sólo los delincuentes matan en las calles. El hecho de que unas 16 personas hayan muerto a manos de agentes policiales, miembros de las Fuerzas Armadas y de malhechores en unos 30 días, deja mucho que desear.
Los “disparos certeros realizados de la cintura a la cabeza”, reflejan, según apuntan las informaciones, “la impresión de que se trata de ejecuciones”.
¿Cuánta violencia más deben enfrentar las familias dominicanas? Los aborrecibles actos de asesinatos impúdicos y crímenes están ahí, frente a todos, al cruzar un semáforo o al doblar una esquina, dejando impotencia y dolor entre familiares y amigos.
La República Dominicana padece uno de los males mayores que afecta a la humanidad: la violencia, desmedida, irracional, cotidiana. Junto al narcotráfico y otros actos corruptos, la delincuencia campea por su respeto y nadie anda seguro.
Los diarios dan cuenta de investigaciones que se lleva a cabo para determinar los porqués de las muertes, pero no se acaba de poner un punto final a este crecimiento "explosivo" de la criminalidad que afecta al país.
Las recomendaciones han transitado de informe en informe, como aquel titulado: Crimen, violencia y desarrollo: tendencias, costos y opciones de políticas públicas en el Caribe, publicado por el Banco Mundial y la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito. Pero, aún no se ven resultados; ni se ha visto una mayor inversión en la educación y en los sistemas de información para formular políticas que logren reducir la criminalidad.
La parca sigue triunfal y agresiva, llevando consigo muchas vidas inocentes. Y si una vez el mundo, en su mayoría, aplaudió el inevitable avance de la globalización como necesaria interacción de culturas y artes, ahora habrá que preguntarse si fue un camino amplio para globalizar la violencia también.