Viaje a Las Matas de Farfán

Primera parte

Fui un fin de semana a Las Matas de Farfán a hacer un fotoreportaje sobre la celebración de San Antonio. En la guagua de ida todo transcurría bien: la guagua era grande, el aire bueno, la bachata no muy alta, la gente poca y amigable. Frente a mí estaba sentada una mujer que se pasaba una peineta azul por el pelo cada 20 minutos. Una hora antes de llegar a nuestro destino surgió un olor un poco raro que desató una serie de comentarios:

– Chofer, y ese bajo?
– Esa fue la mamá de lo pe…
– No, eso fue uno que se cag…

El olor no se iba y las ventanas no abrían. El chofer lo que abrió fue la puerta un rato y siguió manejando en lo que fluía la brisa. La mujer de la peineta azul ahora era que estaba pasando trabajo.

Se fue el bajo. Volvió el bajo. Esta vez el chofer detuvo la guagua a la derecha de la carretera, se levantó de su asiento alterado y anunció: “Y qué e? To’ el mundo se va a apeá y se va a bajá lo pantalone pa’ ve cuál e el que ta cag… Vamo, to’ el mundo, empezando por mí."

La gente se empezó a apear, como siguiendo órdenes y yo no sabía qué hacer. Me quedé congelada al lado de mi asiento un minuto, analizando mis opciones. Me asomé por la ventana para ver la movida de afuera y vi a una mujer subiéndose la falda y, ¡deslizando su ropa interior hasta los tobillos! ¿De verdad nos iban a desnudar a todos? Yo estaba asustada, pero luego de cinco segundos vi que nadie se acercó a inspeccionarle el trasero, sino que ella se agachó a hacer pipí, aplastada al lado de la guagua y rodeada de todos sus compañeros de viaje. Luego, detrás de ella, se pararon dos hombres a hacer pipí en otra dirección. Todos haciendo pipí juntos, como una gran familia.

A pesar de haber bajado a todos los pasajeros de la guagua, no se pudo descubrir quién era el culpable del olor. Cuando volvimos a subir, uno inspeccionó y se dio cuenta de que había un sillón embarrado de pupú.
Un asiento que “no pertenecía a nadie” y que ahora mágicamente estaba sucio. Era un sillón frente a una sospechosa señora que cargaba a un niño. Un amable pasajero se ofreció a limpiarlo. Cuando terminó la desgraciada labor, la mujer de la peineta azul le extendió la mano y le dijo, “mira aquí hay un chin de agua florida pa’ que te limpie la mano, toma.”

www.unadominicanarubia.com

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