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Promotor de odios

LA VOZ DE LOS QUE NO LA TIENEN ||
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En vez de un papa, los 114 cardenales que cinco años atrás seleccionaron a Joseph Ratzinger para llenar la vacancia producida por el fallecimiento de Karol Wojtila, lo que colocaron en el trono de Pedro fue a un peligroso removedor de odios y alimentador pasiones.

Podemos tomar sus actuaciones al azar y conducen a la desconsideración y al irrespeto, como ocurrió con su primer y único viaje a América Latina, efectuado a Brasil en el año 2007, donde tuvo el tupé de desvivirse en elogios a los evangelizadores de la conquista, sin una sola palabra de conmiseración por la masacre que esos cristianos llevaron a cabo contra los indígenas, tan despiadada que puede ilustrarse en la reacción del cacique Hatuey, que poco antes de ser quemado a fuego lento en la hoguera se detiene la acción para que un franciscano le hiciera la oferta de la conversión a cambio de que pueda alcanzar el cielo, y su reacción fue de rechazo total, si esos genocidas que conoció con el ropaje cristiano iban al cielo, no quería esa compañía.

Muchas de esas poblaciones indígenas que aún perviven en América del Sur, tienen expresiones de religiosidad, eslabonadas con las creencias de sus ancestros, y el denominado santo padre vino a decirles a ellos, un 10% de los creyentes en América Latina, que eran representación del atraso.

Pero a los judíos ha habido que pedirles excusas varias veces, por las agresiones que en los hechos o en los discursos les han dirigido en forma gratuita. Ratzinger o sus voceros, como fue la de la reincorporación al sacramento eucarístico de los seguidores del arzobispo Marcel Lefebvre y a la denominada Hermandad Sacerdotal San Pío X, cuyo cabeza, el obispo Richard Williamson, niega el holocausto.

Tan peligrosa es esta provocación que la canciller Alemana, Angela Merkel, le exigió a Benedicto XVI, que se disculpara frente a los judíos.

Pero a los musulmanes también les ha disparado las ráfagas de su verbo agresor, cuando proclama en una conferencia que dictó en la Universidad de Ratisbona, en Alemania, que el profeta Mahoma impuso su religión con la espada y que declaró la guerra santa, es decir que el Islam está asociado a la violencia.

Es cierto que a la inmensa mayoría de los mil 300 millones de musulmanes esa acusación les resulta indiferente, pero ¿qué porcentaje de fanáticos debe haber en una creencia cada vez más expandida, y cuantos se requieren para que en alguna escuela, universidad, discoteca o iglesia, inocentes terminen pagando por los odios agitados por otros?.

Pero en el 2007, sin reparar en que ha sustituido un papa ecuménico, impregnado desde América por la fórmula mágica de la paz, que es la aportada por Benito Juárez: el respeto al derecho ajeno, Ratzinger hace emitir un documento en la que identifica a la Iglesia Católica, como la Iglesia de Cristo, sin dejar ningún espacio a lo que representan 650 millones de cristianos protestantes y 250 millones de ortodoxos.

Esto sin contar sus ofensas a las organizaciones que en todas partes del mundo, tratan de frenar la incidencia del contagio del Sida, educando sobre la necesidad del uso de preservativos, que para Ratizinger lo que hacen es agravar el problema.

No recuerdo que ningún parlamento, haya tenido que aprobar, como lo hizo el de Bélgica, una resolución de condena a unas declaraciones absolutamente irresponsables de un papa, y que lo propio se intentara en España, aunque faltaron votos para la aprobación.

En esta cuenta no figura la torpeza con la que la Iglesia ha manejado el tema de la pederastia.

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