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Vibraciones de mi vida

LA VOZ DE LOS QUE NO LA TIENEN ||
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La vida no tiene otro significado superior al encuentro espiritual entre semejantes y diferentes. Esos encuentros producen suspiros y en cada suspiro despierta el día, va la noche y se oculta la Luna. Se inicia un infinito proceso de migración y retorno impulsado por la milagrosa brisa que nos hace recordar el te quiero mucho.

Cuando Cristóbal Colón regresó, un año después, al fuerte Navidad encontró que el mismo había sido barrido por los quisqueyanos que, encabezados por el Cacique Caonabo, habían logrado que los exploradores europeos pagasen con sus vidas las ofensas a sus prodigiosas formas de vida. Parece que el Tiburón de Génova no pensó en vengar lo que ya constituía un hecho imborrable, sino que meditó sobre lo acontecido y de esa meditación descubrió que nuestros taínos poseían tres cosas: Tenían poesía, poseían música y eran dueños de su libertad. Tres valores que los consideraban superiores al oro, tres valores por los cuales estaban dispuestos a regalar todo el oro del mundo y tres valores por lo que estaban dispuestos a enfrentar y eliminar a todos aquellos que los amenazaran. Esos tres valores son los componentes de la más alta expresión espiritual con que fueron dotados los seres humanos: el amor. Y nuestra raza quisqueyana le ha dado al mundo los ejemplos más grandes en ese sentido, incluso se los dio aquellos que al pisar el suelo quisqueyano sintieron el influjo, fueron embrujados para siempre por el amor que brota de nuestros ríos, de nuestros bosques, de nuestro sol y nuestra lluvia, de nuestras esperanzas y de nuestras gentes… Y hemos abrazados con tal fortaleza esos tres valores que somos el único pueblo que ha fusilado a todos sus tiranos: Murieron a tiros Ulises Heureau, Ramón Cáceres y Rafael Leonidas Trujillo.

Cuenta nuestra tradición que el Alcalde Mayor de La Isabela, Francisco Roldán, encabezó una sublevación en la que acusaron al Almirante y a su hermano Bartolomé, el Adelantado, de haberlos engañado. Para calmarlos les ofrecieron su regreso a España, pero los roldanistas ya se habían enamorado de Quisqueya y respondieron diciendo que para ellos ya Europa no era la ilusión de sus besos, que Quisqueya era ya Luna en su cielo y que era ilusorio el pretender que pudieran olvidarla. Lograron imponerse y en 1499 Cristóbal Colón firmaba las Capitulaciones de Azua. Aquí verían parir sus historias, pues conquistaron el derecho a unirse libremente con las taínas. Dieron el alma y ese gesto los convirtió en los primeros dominicanos: habían renacido del amor por esta tierra, un amor que brotaba de la poesía, de la música y de la libertad, tres valores que obligan, incluso a quienes luchan contra ellos, a luchar por ellos.

Don Diego Colón triunfa en sus reclamaciones y obtiene sus derechos. Se matrimonia con doña María de Toledo y regresa a la Española con el título de virrey; con ellos llega María de Cuéllar, quien recibe el influjo de la poesía, la música y la libertad y se enamora de otro llegado, Juan de Grijalva, quien influenciado por los mismos valores se enamora de María con más fuerza aún. Pero María de Cuéllar le es ofrecida en matrimonio a Diego Velásquez, el colonizador de Cuba. María enferma terriblemente, enferma de amor y en su mente solo habitaba la añoranza de su Juan y el recuerdo de un “como vivir si mi vida es contigo”. A partir de ahí sus noches transcurrieron lentas. A pesar de que María de Cuéllar consigue, ayudada por los virreyes, aplazar su boda con Velázquez, las intrigas de Pedro Mojica a favor de Velázquez se imponen: los jóvenes son separados y Grijalva se marcha en la expedición de Nicuesa y Ojeda y muere a manos de los indios nicaragüenses. María de Cuéllar es enviada a Cuba y en el mismo día de su boda, al ser besada por Diego Velásquez, muere. Es la primera vez en la historia de la humanidad que el beso mata, mató porque era un beso equivocado, mató porque era un beso contra la poesía, mató porque era un beso contra la música y mató porque era un beso contra la libertad.

Guarocuya, bautizado con el nombre de Enrique, Enriquillo, al llegar a su mayoría de edad reclamó sus derechos al cacicazgo y unió su destino al de una bellísima joven india bautizada con el nombre de Mencía. Con partos de sus vasallos trabajaba para el encomendero Andrés de Valenzuela, quien puso sus atrevidos y codiciosos ojos sobre Mencía. Enriquillo se queja ante la Real Audiencia, pero no lo escuchan e hizo lo que hace un hombre enamorado: Se fue a la loma con los suyos y durante 13 años enfrentó al Imperio Español, lo que hizo alzado con su Mencía, que era su poesía, su música y su libertad y peleó hasta la victoria final porque Enriquillo “para guerras no tuvo el pecho frío”. Reconociendo que ningún poder ha derrotado a la poesía, que ningún ejército ha derrotado a la música y que ningún imperio ha derrotado a la libertad, en 1533 el Capitán Francisco de Barrionuevo llegó a la Isla con una carta del Emperador Carlos V en la que le hacía la promesa de que a partir de entonces los indígenas disfrutarían de respeto y libertad. Aquel hecho se conoce en la historia como el “Tratado de Santo Domingo” y le otorgó a nuestros taínos el derecho de gobernarse a sí mismos. Ese derecho, que fue el primer tratado del Nuevo Mundo, el primer tratado que firmaron en America civilizaciones diferentes, es un hijo del amor, es un hijo de Enriquillo y Mencía.

Ana es un nombre femenino de origen hebreo, del hebreo compasión o Dios se ha compadecido con lo que la llena de gracias y la provee de una naturaleza emotiva, amable y condescendiente, suave, cordial y sagaz. Ana Astol de Villanueva tenía enclavada en el corazón de su alma y en el alma de su cuerpo los tres valores quisqueyanos: ¡Poseía, música y libertad! Por esa razón fue la poeta que con mayor poder refuto a los intelectuales dominicanos y latinoamericanos que basados en el positivismo quisieron justificar la dictadura trujillista y las dictaduras en America Latina. Ana Astol de Villanueva les profetizó:

“Por qué el pueblo necesita,
por decoro y dignidad,
más que el pan su autonomía,
más que paz su libertad”

Ana sabía que se asesinan las posibilidades del amor cuando se elimina la libertad porque al eliminarla se eliminan la poesía y la música y, porque además, un humano sin poesía, sin música y sin libertad no es ni siquiera un monstruo. Es una bella especulación el suponer que la poeta se preguntó: ¿Qué podemos dar a cambio de la libertad? Al hacer un inventario de las cosas se convenció de que no encontró ninguna y entonces fijó su poema en forma clara, dejando establecido con su canto el que es preferible la libertad en anarquía y no la dictadura en paz. Por eso profetizó: “… más que el pan su autonomía, más que paz su libertad” y esas dos cosas las dejó claramente establecidas al afirmar que el pueblo las necesitaba “por decoro y dignidad”.

Ana Astol de Villanueva usaba esos tres valores para darle respuestas a cualquier acontecimiento de la vida, siempre haciéndolo con “decoro y dignidad”. Su cuñado Rodolfo Gotier se le quejó porque no le respondía sus redondillas y observen la belleza y la fuerza de una respuesta que contiene “decoro y dignidad”:

“Cómo tienes el valor
de expresar que no te escribo,
no me inventes eso, amigo,
que me salgo de control.
“Y entonces te diré a decir
a donde es que vive el diablo,
de su vida y sus milagros,
de lo que vas a morir”.

Ana era una poeta a quien, al decir de Bruno Rosario Candelier, líder y fundador del Interiorismo, el proceso contemplativo la conmovía. Se conmovió cuando estableció con su esposo, en la finca de Pérez, el nido de su hogar; se conmovió cuando vio la miseria y quiso explicarla diciendo algo verdaderamente profético:

“Y entonces, ¿por qué hay miseria,
más hambre y desolación?
Porque la ley de la selva
impera sobre el amor”.

La poeta deja al rico sin corazón:

“Y el rico aprovecha
con garras de explotación,
y tiene su fuerza
en no tener corazón”.

Y la poeta asume una tremenda responsabilidad y no desliga a Dios de las acciones en la Tierra:

“Ha vuelto el hombre a ser bestia,
la vida es pugna feroz,
mana la sangre en la tierra
sangran las manos de Dios”.

Una de sus grandes virtudes fue el que Ana Astol de Villanueva comprendió y lo usó como norma de su vida el que la misión del arte consiste en convertir, en transformar el dolor en canción. Para eso le sirvió la poesía, para eso le sirvió la música y para eso le sirvió la libertad. Un día, estando fuera del país, empecé a sentir la nostalgia de la ausencia de Quisqueya y me senté a escribir un poema, que publiqué en mi libro “Opera del Cernícalo”. El poema, que titulé “Madre Patria”, dice así:

“La tierra es una sola
el corazón no lo acepta
debo volver”.

Ya en el encuentro con su despedida, Ana Astol de Villanueva siente la nostalgia de su tierra natal, de su Borinquen y, ejerciendo sus tres valores, su don poético, su música y su libertad, convierte su dolor en canción:

“Si el destino lo decide
volveré por fin allá
y me alumbrará el camino
la luz de la eternidad”.

Ana: yo no puedo hablarte de tus otros destinos, pero puedo asegurarte que esta noche estás aquí, alumbrándonos el camino con la luz de tu eternidad.
Gracias por quedarse conmigo y perdonen los errores de este interiorista, que yo también de barro fui creado.

NOTA: Mis bienaventuranzas para Acción Pro Educación y Cultural, APEC y, a la Familia Brouwer Villanueva, quienes han aceptado mi candidatura para protagonizar este encuentro con “Vibraciones de mi vida”. Al poeta de toda la Tierra, al cantor que creo “Rituales de la Lluvia”, al interiorista Jaime Tatem Brache, quien tuvo la gentileza de honrarme, para honrarle, el segundo bautizo al poemario “Vibraciones de mi vida”, de Ana Astol de Villanueva.

La actividad tuvo efecto este martes 27 de abril, en el Salón APEC de la Cultura José María Bonetti Burgos. En la misma hablaron el arquitecto César Iván Feris Iglesias, presidente del Programa APEC Cultural, el Lic. Wilhem Brouwer, primer vicepresidente de APEC, doña Sonia Villanueva de Brouwer y el escritor Miguel Solano, quien presentó la obra. Tres poemas fueron recitados por la destacada declamadora dominicana Rosa Iris Clariot.

El señor Wilhem Brouwer, prologuista del libro, manifestó que se llenó de sorpresa cuando por casualidad, le llegó a las manos un viejo y destartalado ejemplar del libro de poemas de Ana Astol de Villanueva.

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