Juan Vicente Flores, periodista, patriota y escritor puertoplateño, al que Roberto Cassá considera, como “uno de los grandes olvidados de la historia dominicana”, fue el primero de los biógrafos del tirano Ulises Heureaux.
Su obra: “Lilí, el Sanguinario Machetero Dominicano”, vio la luz en Curazao, en 1901, un año después de que Jacobito de Lara y Ramón Cáceres, liberaran al país de aquel tormento, lo que motivó gran decepción en el autor de la publicación, porque frustraba su anhelo de que la obra circulara en el país en vida de su nefasto personaje, y fuera leída y sufrida por Lilí, cuya muerte le creó la sensación de que su trabajo había sido en vano.
Aunque la obra de Flores, andaba en contadas bibliotecas privadas, pasó más de un siglo oculta para el público, porque no había tenido ninguna reimpresión hasta el año 2005, cuando el Archivo General de la Nación juzgó ese ocultamiento como una grave injusticia y pautó una reedición.
Del ensayo de Juan Vicente Flores, teníamos referencia a través de un autor fundamental para el conocimiento de los participantes en las epopeyas nacionales, Rufino Martínez, un historiador cargado de admiración por su compueblano Heureaux, y 70 años después de la publicación de Flores, sin dejar de reconocer las dotes patrióticas del autor, la acribilla.
Considera a Juan Vicente Flores “un producto de las letras semejante al guerrillero” y dice que escribió “con todo el odio que justificadamente alentara contra Heureaux”.
Cassá, sin embargo, considera que los juicios de Martínez están sesgados por “su matizada simpatía retrospectiva hacia Ulises Heureax”, y recuerda que que fue el primer tirano moderno, “hasta no mucho antes de su muerte gozó del apoyo de la mayor parte de la intelectualidad liberal, para no decir que de casi el conjunto de la clase dirigente, que medró bajo su sombra”.
Flores arroja por tierra la posibilidad de que Ulises Heureaux, haya sido un destacado participe de la gesta restauradora y lo ubica como producto de las contiendas posteriores:
“Nada hizo ni pudo hacer en aquella circunstancia, porque le faltaban los años requeridos para poder servir de algún modo en ella: en efecto no estuvo colocado, ni como escribiente siquiera o mandadero, en ninguna comandancia de armas; a ninguna fila voló al toque de llamada: no durmió en ningún cuartel; no de vio en ninguna formación; no asistió a ninguna parada; no hizo centinela en ningún puesto; no llevó al hombro ni al brazo ninguna carabina; no hizo ningún disparo; no desfiló formando parte de ninguna tropa guerrillera; no salió ileso ni herido de ningún combate; en ninguno quedó muerto; ningún furriel o habilitado tuvo su nombre inscrito en sus hojas respectivas; no fue ascendido a ningún grado; no fue subalterno de ningún jefe; no se llamó compañero de ningún soldado; no realizó ninguna proeza…”
Don Pedro M. Archanbault, cita su presencia en el fusilamiento de Pepillo Salcedo, pero llama la atención que su nombre no está en las biografías de los restauradores que coloca al final de “Historia de la Restauración”, y don Pedro R. Vásquez lo pasa por alto en su obra “150 Dominicanos Notables”.
Don Rufino dice que Lilí peleó bajo el mando de todos los jefes de cantones, a los que cita, pero no aporta una sola prueba.