Tras inconmensurables gastos empleados en estas Elecciones Ordinarias Generales para funciones congresuales y municipales, con la postulación de 16, 610 candidatos, según las inscripciones del padrón, unos 185, 000 delegados de los partidos y 45, 000 policías, la jornada comicial concluyó en el país, como se vaticinaba, con el Partido de la Liberación (PLD), a la delantera.
Y desde antes, fueran cuales fueran los resultados, dominicanas y dominicanos consideraron por encima de todo que se requiere de “cabezas frías y serenas”, que dirijan los pasos hacia un fortalecimiento de la institucionalidad y que se esgriman “guantes de cuero duro” ante los despilfarros, derroches y desafueros que se repiten sin pudor antes, durante la campaña electoral y después de esta.
De los errores se aprende, quizás más que de los aciertos. Conmemoraciones, onomásticos, fechas patrias; o, como en esta ocasión, las elecciones congresuales de este 16 de mayo, hacen reflexionar acerca de lo que ya se considera tiempo futuro.
Si estos han sido tiempos de hacer campaña y elegir, lo que está por delante es cumplir la máxima de los tiempos, sin considerar en pretérito a quién otorgar los créditos de mejoría o empeoramiento que ha sufrido la nación.
Por delante está la realidad que azota, nacional e internacionalmente: crisis financiera, precios del petróleo y de los alimentos, deudas con altas tasas, requerimientos de aulas con maestros, hospitales con médicos, juicios y sentencias sin resolverse. “Factores endógenos y exógenos”, como le llaman algunos especialistas, que resquebrajan la columna vertebral del sistema democrático que se dice construir.
El pueblo dominicano no puede esperar más. Las promesas de los elegidos son ahora espadas de Damocles sobre sus cabezas y deben cumplirse, aún cuando los desafíos y los retos sobrepasen las realidades.
Los discursos han terminado. Todo está dicho. Hablarán los hechos.
