El lamentable derrame de petróleo ocurrido en el Golfo de México, tras la explosión, incendio y colapso de la plataforma petrolera Deep-water Horizon, ha sido considerado “letal para peces y vida silvestre”, y aunque se lucha por extinguir la temible mancha negra, incluso con soluciones drásticas, como la quema del crudo en los pantanos, las consecuencias se sabe que son verdaderamente deplorables.
Y mientras el debate ha sido si se actúa con acciones riesgosas o se espera que la naturaleza descomponga lo derramado, los científicos y la humanidad en general, sienten el daño que pantanos, playas y costas han debido pagar, en tanto que pelícanos y otras aves, junto a la flora que recrea esos sitios, aparecen en las fotos con el color negruzco de la pesadumbre.
Duele y debe doler en general, que sucedan accidentes de este tipo, porque amén de sentir lo que ocurre en cualquier rincón del orbe, desde el punto de vista humano, para nadie es un secreto cuánto ha sufrido el medio ambiente en los últimos tiempos.
Como debe calar hondo en las conciencias, que grandes masas de los verdes árboles del Sur, en la República Dominicana, se convierten en carbón y pasen por algún sitio de la frontera hacia Haití, convertido en combustible vegetal, en medio de la batalla imprescindible de mantener en el territorio nacional su derecho a ser fértil y preservar su “vocación forestal”.
También la desprotección de las “áreas protegidas” sigue siendo menú de cada día, sobre todo cuando la realidad empaña el cumplimiento de leyes establecidas para cuidar las reservas científicas y zonas naturales que, como verdadero privilegio, posee el país.
No puede prevalecer el criterio de algunas empresas, en el sentido de utilizar los recursos naturales en construcciones que riñen con las disposiciones ambientales, aunque se justifique que algunos habitantes en determinadas zonas puedan beneficiarse con sus actos. La pregunta sigue siendo, ¿qué puede beneficiar más a dominicanas y dominicanos que la preservación de su entorno?
Las consecuencias por los derrames de petróleo y otras violaciones ambientales deben ser evitadas, en primer lugar, y si se suceden por negligencias, asumir los códigos que impone la justicia. No hay otra manera para conservar a la madre tierra. No hay más caminos.