La temporada ciclónica, como escribe en estas mismas páginas el colega Fabián Suero, “hace más calamitosa y desesperante la situación de gran cantidad de ciudadanos haitianos que viven en las calles de esa nación, tras el terremoto del pasado 12 de enero”.
Las imágenes no pueden ser más angustiosas, los derrumbes, como consecuencia de los aguaceros intensifican las precarias condiciones de vida que padece el vecino pueblo, sin sitios apenas donde guarecerse.
Brasil también llora sus zozobras y transmite el dolor de las pérdidas de 45 vidas por las inundaciones.
Aquí, en la República Dominicana, las interrumpidas lluvias de las últimas horas ya han cobrado una vida humana, otra desaparecida y han sido desplazadas más de mil 300 personas; destruidas alrededor de 260 viviendas, en tanto que el Centro de Operaciones de Emergencias (COE), mantiene en alerta a 27 provincias por posibles inundaciones.
Tristes estos días de fuertes precipitaciones, en los cuales se multiplican las escenas de terror y muertes. La tierra dominicana tiene más de cinco mil puntos vulnerables a las lluvias, huracanes y sismos, según apuntan las investigaciones y unos 6.8 millones de sus habitantes viven en zonas vulnerables.
A todo esto se suma la incapacidad de las instituciones gubernamentales, responsabilizadas en el país para cumplir sus compromisos con la reparación de calles y avenidas. Aún se desconoce cómo enfrentar ese 60% de las crecidas que tienen lugar en zonas urbanas, producidas por obstrucciones de los filtrantes, según la Defensa Civil.
Siendo así, y sin detenernos a pensar en la posible expansión de enfermedades infecto-contagiosas que provocan estos tiempos, habrá que ver cómo se enfrentan los huracanes pronosticados para la temporada ciclónica del actual año. Ojalá sean sólo eso: vaticinios.
