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Boca arriba

LA VOZ DE LOS QUE NO LA TIENEN ||
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En Gurabo, una comunidad perteneciente a la hidalga provincia de Santiago de los Caballeros, en el norte de la República Dominicana, había dos compadres cuyo hobby era usar como mujer a aquellas honorables que en todas circunstancias se negaban a cobrar por practicar el más sagrado de todos los actos: el contacto sexual. Eran sus divinas elegidas las burras, las vacas, las chivas, las puercas…sin discriminación de razas, que ofender a una hembra no es cosa de hombre.

Eran los años sesenta y pico o sesenta y pala y la comunicación entre las comunidades y las gentes, casi en el ciento por ciento, estaban regidas por las bienaventuranzas que un animal pudiese brindar. Así que quienes decidían sacarles ventajas andaban siempre montado sobre su mujer y en cualquier arroyito hacían una parada técnica.

Ramón Alcántara era el experto y a su compadre Pedro Mejía siempre le contaba los grandes disfrutes de sus aventuras monteras, lo dejaba enloquecido cuando le narraba como relinchaba su yegua Corina. Pero Mejía no estaba seguro de que él querría ser miembro del club “sexo gratis”, así que siempre disfrutaba las historias y luego utilizaba cualquier pretexto de Papá para no aparecer en las escenas.

A Ramón Alcántara esa situación no le era favorable, porque si Mejía no se convertía en cómplice a la larga sería delator. “Y un compadre delator, es una cosa peligrosa”, razonaba.

El día estaba caluroso, era de esos días que paren erecciones como moriviví y, Ramón lo consideró como bueno para tener un conversación con su compadre, una cuyo resultado final fuese el que el actor apareciera sobre tablas.

—Compadre Mejía –le comento Ramón-, no deje que una pequeña disputa dañe una gran relación. Yo no puedo ser Moro y usted seguir siendo Cristiano y yo no tengo cómo volver a ser Cristiano, así que la única solución aquí es que usted pase a ser Moro, que no es un gran sacrifico, sino mero placer.

— Pero compadre –respondió Mejía-, recuerde que no conseguir lo que usted quiere es a veces una gran bendición, una copa de suerte.

Cuando Ramón escuchó la filosofía de Mejía se dio cuenta de que el compadre había flexibilizado el tema y aprovechó:

—Compadre, no me cambie el tema, dejémonos de hablar y véngase conmigo, que hoy tendrá usted un placer animal.

Caminaron por un verde y ancho pasto atravesado por un arroyo con trabajadas pendientes, con piedras colocadas en forma que facilitaran la montura. Ramón le mostró a Mejía la que sería, dentro del reino animal, su primer esposa.

—Mire esa novillita compadre, -¡que preciosidad!-. Cuando Mejía la miró, quedó encantado, con sus fuerzas eróticas desatadas. La novilla tenía la belleza de una virgen animal, con sus cuernos simulando una larga cabellera, con sus patas como torres que sostienen unas nalgas celestiales. “No ha sido montada”, le susurró Ramón.

Al mirar al compadre Mejía, Ramón entendió que el hombre había quedado dentro del círculo de los cómplices, pero se dio cuenta de que aquella primera vez, por razones de vergüenza, el compadre necesitaba privacidad, que necesitaba la complicidad de la soledad:

—Compadre, yo lo dejo solo…Y después usted me cuenta, con furor compadre, con furor.

Horas después, Ramón vio a Mejía llegar totalmente ensangrentado, arañado y con toda su ropa destruida, destrozado como un gladiador salido de una gran batalla.

—Compadre Mejía, ¿y que le pasó?, preguntó preocupado.

—Yo no sabía –respondió Mejía-, que me iba a costar tanto trabajo voltearla boca arriba.

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