Quien trabaja, vive e interactúa en la sociedad dominicana como ciudadano común, debe estar muy preocupado por las diferentes formas de desprecio que irradian desde el poder político y cultural. “El desprecio” fue una película famosa de Jean Luc Godard (1963). Es una actitud y es una forma de gobernar, lacerante, irritante, que confunde y lastima.
El desprecio a nuestra inteligencia es cuando Cultura controla los premios con los jurados y cree que no lo sabemos, cuando las Academias se doblegan frente al Poder por una asignación o en búsqueda de favores del Príncipe en lugar de defender la ciencia y el humanismo.
El desprecio es darle al pueblo la telebasura diaria como alimento y para la educación, una asignación de miseria. El desprecio a la democracia ahora, es el espectáculo del reconteo y los veredictos anunciados, es el control de los medios y la difusión de las informaciones y disertar en ingles sobre la era de la comunicación. Es becar a hijos vagos de ministros en algún consulado.
El desprecio al desarrollo nacional es menospreciar el talento y saber de sus intelectuales y acudir a instancias internacionales para opinar sobre la oportuna instalación o no de una cementera o confiar en un Attali para trazarnos pautas. El desprecio político es nombrar asesores de pacotilla y no respetar la formación universitaria de sus profesionales, como postular un cómico a la dirección del Ayuntamiento de la capital o nombrar un ministro que plagia su tesis de grado.
El desprecio hacia la sociedad es nominar diputados o senadores traficantes y delincuentes, que con el dinero ajeno compraron su estadía en el Congreso por seis largos años, como si se tratara de un pastel a repartirse entre todos. El desprecio es premiar a un tránsfuga por un único mérito de ser desleal o afirmar que se desconoce quién coloca esas vallas que buscan a un Salvador y ser su principal instigador. Pero, el peor de los desprecios es saber todo esto, ignorarlo y despreciarnos con un silencio cómplice.
Cuánto descaro y desprecio, recuerden, Albert Camus lo dijo una vez: “Toda forma de desprecio, si interviene en política, prepara o instaura al fascismo”.