Ultimamente estoy muriéndome con muchas frecuencias: tres veces la semana pasada. Y al ver el proceso puedo confirmar que en mi vida ya no hay dudas, sólo un sendero de Fe que se une al camino de suerte que ha sido mi existencia.
Mi última muerte fue más larga y memorizable: puedo contárselas. Estaba leyendo un libro que acabo de terminar y que lo bauticé con el nombre de “Los cuentos de Juan Caribú”. Mi cerebro entonces le ordena a todo mi cuerpo que se apague y, se apaga, incluyéndose él mismo, excepto mi corazón que sigue latiendo. Pero, misteriosamente no bombea sangre, late como en un vacío, deja mi sangre paralizaba dentro de su imaginario círculo concéntrico. Creo que mi corazón, al entender que todos los demás órganos están apagados, paralizados, para no producirle daño, no le envía sangre. Fue asombroso ver ese ejemplo de dominio total.
Mi espíritu se ha marchado de mi cuerpo y anda por el Universo gozando, vive un estado de comunión con la totalidad y siendo uno, soy Uno. Hay algo que los poetas dijeron hace miles de años y que la ciencia, recientemente, ha podido comprobar: el cerebro no manda en el corazón, no tiene capacidad para ordenarle que se apague ni para ordenarle ninguna cosa.
En nuestra forma de cronometrar el tiempo, el apague de mis órganos pudo haber sido cuestiones de segundos, quizás minutos, pero en la forma de vida espiritual, la memoria recogida del proceso experimentado equivale a millones de millones de años luz.
Hay mucha gente que tiene por costumbre llamar, cuando ya el evento se está realizando, para excusarse por no poder asistir. Es obvio que tu no estás y que probablemente planificaste no estar, siendo así tu ausencia es de hecho tu mejor excusa. ¿Qué palabra puede explicar mejor tu no presencia? Así es la muerte: le encanta enviar excusa. Y cuáles son las excusas de la muerte: las enfermedades. Cuando ella no tiene tiempo para llegar de un todo, envía una avanzada, manda alguna de sus palabras: un cáncer, una neumonía, un sida… No tengo ninguna de sus excusas, así que no la esperaba. Mi pacto con la muerte ha si muy simple, muy sencillo y espero que la vagabunda no se política sino una jefa mafiosa: si no va a venir, no me envíe excusa, de ninguna clase; me basta con tu ausencia, ese es nuestro acuerdo, pero quiso llevarme a explorar y ¡fue bueno que así sea!
La muerte me llevó a una forma de vida en que la emoción no la produce el misterio, el asombro ante lo desconocido, la llama ciega frente a lo sobrenatural o frente al incontrolable poder del amor, viene porque toda forma de belleza deseada puede ser creada con el solo poder de tu imaginación, con la salvedad de que en nuestro conocido estado de vida, la belleza que creamos con nuestra imaginación no podemos tocarla, allí si, allí la vemos, la tocamos, la sentimos, la olemos y con ella podemos recorrer un estremecimiento.
Estoy viviendo toda esa experiencia, pero mi corazón sigue aquí en la Tierra latiendo, late sólo para conservar su vida, la vida del cuerpo que alimenta con sangre, sigue aún sin comunicarse con ningún otro órgano. Mi corazón empieza a aumentar sus latidos y pasa a 80 por minutos, a 90 por minutos, cien, 120, 140, pero sigue latiendo en vacío, no envía sangre y cuando pasa los 170 latidos por minutos bombea la sangre como si fuese un todopoderoso huracán y todo mis órganos nuevamente despiertan, incluyendo mi cerebro, que retoma su divino poder de dar órdenes: ¡vuelvo a la vida en la Tierra !
Lo por mi vivido no me dejó como experiencia el que seamos una creación divina, que encarnemos una vinculación espiritual con el “Creador del Mundo”, sencillamente somos una entidad imborrable, con una enorme capacidad para el goce. En el mundo al que fui no hay sed de sabiduría, sencillamente todo lo sabemos, no tenemos que experimentar afinidad empática hacia lo viviente porque lo somos todo, no hay ninguna apetencia por verdades profundas porque cada uno de nuestros actos son una verdad creada y borrable de acuerdo con nuestra necesidad de goce.
Una de las cosas que me pareció más maravillosa, algo que constituye la gran diferencia con nuestra existencia en la Tierra, es que allí no hay competencia por energía ni tampoco la necesidad de la presencia de la “energía superior”, allí tú eres tan superior como el más superior de los dioses.
Y ahora que hablamos de Dios, déjeme decirle que en ese mundo al que fui, ni existe ni hay necesidad de que exista. Y no niego su existencia porque no lo vi, ni porque no pude buscarlo, con el poder que tenía podía hallarlo donde quiera que se encontrase, incluso con mi poder podía crear mi propio Dios.
Ya no estoy muerto, he regresado al batallar terrestre, todos los órganos de mi cuerpo retoman su normalidad y respiro el atómico oxígeno, miro el danzar de mis árboles, camino sobre las piedras decoradas de mi Séptima y, ahora, frente a ti:
Saco del rocío el sentir de sus nidos
y brota de mis manos una gota de lagarto.
Ilusiono entre sus huertos
cerrado con la noche queda el cielo abierto
y el viaje entre sentidos se estanca.