Yo soy buenísima, pero cuando se me quieren montar, me apeo. Y mi marido, bueno mi ex, me manipulaba. No lo digo yo, lo dice mi madre quien lo observaba sin tener en su mente el recuerdo de los orgasmos, que siempre nublan de dudas las experiencias, el sano juicio y las impostergables decisiones, como aquella de que yo tenía que dejarlo, marcharme aunque fuera andando en cuatro patas.
Comprobé que la frase aquella de que la “Fe mueve montaña” es una verdad verde, la alimentan de igual manera las lluvias y el Sol. Empecé a pensar en que tenía que dejarlo y mi primer paso fue negarle el acceso a mis nalgas, que estaban en perfecta salud. Impedírselo resultó fácil pues le demandé que durmiéramos en cama separadas y, esa demanda no la realicé con dialogo sino con acciones. El apartamento donde vivíamos es bastante grande, éramos solo dos personas y dos habitaciones totalmente amueblada sobraban; así que cada uno en la suya y empezamos a beber el café en tasas separadas.
Pero mi ex tenía dinero y buen trabajo, así que para disponer de mis nalgas se las arreglaba llevándome de vacaciones o de batallones. Volamos a Venecia: él feliz del alma y yo viendo edificios viejos y hediondos; tomamos el tren hacia Roma y llegamos al Vaticano: él con el encanto en su espíritu abrazando con su imaginario toque la Santa Prístina, mientras yo veo santos falsos y mal pintados, pasados difamadores que ahora disfrutan del perverso privilegio de la historia.
Otro viaje a Madrid: él la mira con su deseo de ser Granada y yo sufro un apestoso olor a humo de tabaco que me persigue hasta en la pesadilla del sueño. Empecé a vivir una vida de mega: montada, dando tarjetazo y sin nada que hacer; -¡que goce tan agobiante!-, todo con la finalidad de que al entierro del día mis nalgas compensaran el real costo de la inversión. En esas circunstancias no podía negarme, a pesar de la contrariedad en lo sentido, el valor monetario del esfuerzo merecía repeso. Lo único que me salvaba era la llegada de la bancarrota y, gracias a la intriga bancaria, llegó.
Yo había estudiado teatro y tenía que hacer bien mi papel, sobre todo porque el que me correspondía a partir de entonces ya lo había ensayado, mental y espiritualmente. Cuando mi ex me informó de que el banco donde trabajaba lo liquidaría y que deberíamos ajustar nuestra vida a los nuevos estándares, me brillaron los ojos con fe y esperanza: ¡lo anhelado llegaba! Y poco a poco él me fue despojando de lo que me había dado, que fue mucho. En la medida que lo hacia aumentaba mi fuerza para retirarme gloriosamente envuelta en el papel de “bipolaridad de arranque”, una nueva enfermedad que curra el verdadero mal: ¡la pérdida de las cosas me enloquecían!
Cuando ya mi “locura” se hizo inmanejable para mi ex, y para los siquiatras a los cuales me llevaron, emprendí la planeada fuga haciéndolo como si fuese una expulsión del hogar ordenada por mi ex: me sacaron de la casa porque yo debía ser internada, ¡que alegría! Un par de días en la clínica y entonces pase a la casa de mi madrastra, quien contenta por mi rápida recuperación me compró un billete de vuelo hacia Miami, posiblemente pagado por mi ex, que capacidad de colaboración nunca le ha faltado.
Pero aún no estaba libre porque me faltaba el divorcio, y mi ex, quien se interesaba por mí y preguntaba por mí con un tono en su voz que partía el corazón de sus escuchas, obtenía la información de que mi proceso de recuperación era asombroso, entonces el pensaba en recuperarme y su plan funcionaba porque yo debía volver, y volvía.
Al pasar un par de días, yo regresaba a mi estado de locura bautizado por mi ex, como “bipolaridad de arranque”. Toda mi familia volvía a intervenir, me sacaban del apartamento y tan pronto como estaba fuera iniciaba yo mi proceso de recuperación, que siempre era bueno y santo.
Quizás mas de cuatro veces tuve que presentar mi obra para convencer a mi ex de que nuestra vida juntos había dejado de ser un tragedia. Ahora, con mi divorcio en las manos me doy cuenta de que tiene sentido la comedia e inicio mi caminata como olas de María la Oz, con su inusual canto, con su melodía de profeta inacabable:
Juan Carabú, Juan Carabú
Apaga la vela y prende la luz.
Juan Carabú, Juan Carabú
Apaga la vela y enciende la luz…